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9 de septiembre de 2025 a las 10:10

Descubre la magia de Moya

La mirada de Rodrigo Moya, un obturador que se cierra para siempre, nos deja un legado imborrable de ternura y fuerza. Su lente, que inmortalizó a gigantes como García Márquez, el Che Guevara y Francisco Goitia, también se posó sobre los rostros olvidados, los desposeídos, los niños y los indígenas, revelando una profunda conexión con la humanidad en todas sus formas. Esa capacidad de encontrar la belleza en lo cotidiano, la poesía en la lucha, es la que resuena en imágenes como "La Pesca Milagrosa". Mucho más que una simple fotografía, es un himno a la alegría, al triunfo colectivo, a la ancestral conexión con la tierra proveedora. Imaginen la escena: Michoacán, 1970. Un niño, en primer plano, sostiene un pescado con la inocencia y el orgullo del pescador primerizo. Sus ojos brillan con la satisfacción de haber contribuido al sustento de su comunidad. El blanco y negro, lejos de restar vitalidad, acentúa la pureza del momento, la textura de la piel del niño, las escamas del pescado, la rugosidad de sus manos.

Y es que la secuencia completa de "La Pesca Milagrosa" amplía aún más la narrativa. Aparecen otras niñas, también con sus pescados, compartiendo la alegría del botín compartido. Es una imagen que nos habla de la importancia de la comunidad, de la colaboración, del respeto por la naturaleza. Un recordatorio de que la felicidad se multiplica cuando se comparte. Es inevitable pensar en la infancia, en esa capacidad innata de maravillarse con las pequeñas cosas, de encontrar la magia en lo simple. La fotografía de Moya nos transporta a ese mundo de asombro, donde un pez recién pescado se convierte en un tesoro invaluable.

Este tipo de imágenes, como las que capturó Moya y otros fotógrafos, poseen una fuerza evocadora única. Nos conectan con nuestra propia infancia, con la nostalgia de tiempos más sencillos, con la pureza de la naturaleza. Pensar en niños abrazando animales, en la espontaneidad de ese gesto, en la confianza mutua que se refleja en sus miradas, nos conmueve profundamente. Es una muestra de la armonía posible entre el ser humano y la naturaleza, una armonía que a menudo olvidamos en la vorágine de la vida moderna.

La fotografía de Peter Guttman, con el niño sosteniendo un cuscús como si fuera una mascota, es un ejemplo perfecto de esta conexión. La imagen de Charlie Hamilton James, con la niña y el tamarino sobre su cabeza, nos transmite una sensación de ternura y complicidad. Estas fotografías, al igual que "La Pesca Milagrosa", nos recuerdan la belleza de la diversidad cultural, la riqueza de las tradiciones ancestrales, la importancia de preservar nuestro planeta y todas las formas de vida que lo habitan.

El legado de Rodrigo Moya nos invita a mirar con otros ojos, a buscar la belleza en lo inesperado, a valorar la fuerza de los que a menudo son ignorados. Su obra es un testimonio de la dignidad humana, un canto a la esperanza, una invitación a construir un mundo más justo y solidario. Su obturador se ha cerrado, pero su luz, como el brillo de los ojos de un niño que sostiene un pez recién pescado, seguirá iluminando nuestro camino. Es una luz que nos recuerda la importancia de la memoria, la fuerza de la imagen, el poder de la fotografía para conmovernos, inspirarnos y transformarnos. Una luz que nos invita a seguir buscando la poesía en lo cotidiano, la ternura en lo inesperado, la fuerza en la fragilidad. Y a valorar, por sobre todas las cosas, la vida en todas sus manifestaciones.

Fuente: El Heraldo de México