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8 de septiembre de 2025 a las 09:40

Diplomacia renovada: ¿Qué esperar?

Septiembre marca un nuevo comienzo en el Instituto Matías Romero, la cuna de la diplomacia mexicana, con la llegada de una generación de aspirantes al Servicio Exterior Mexicano (SEM). Ingresar al SEM es una decisión de vida, un compromiso que se extiende más allá de lo profesional, abarcando el ámbito familiar. Con un horizonte de carrera que puede superar las cuatro décadas, estos jóvenes se embarcan en un viaje que moldeará su futuro.

El ascenso dentro del SEM no es un camino fácil. Exige superar rigurosos exámenes, similares a los que enfrentan para su ingreso definitivo, evaluaciones de desempeño constantes y, sobre todo, una dedicación inquebrantable a las labores diarias. La vida en el servicio exterior es dinámica, con cambios cada dos o tres años: nuevos colegas, ascensos, diferentes temas, nuevos jefes y, por supuesto, traslados a destinos lejanos, llevando consigo toda una vida en cajas de embalaje.

Esta constante transformación se enmarca dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), que proporciona la estructura y la certidumbre necesarias para una vida profesional nómada. Una vida llena de sinsabores y satisfacciones, como la vida misma. ¿Cómo, entonces, mantener la estabilidad y la cordura en este torbellino de cambios? La clave reside en la vocación, alimentada por un bien superior intrínsecamente ligado a la esencia de nuestra diplomacia: servir al Estado.

Somos un servicio de Estado, regidos por un mandato institucional, nuestra propia ley y reglamento. Junto con las Fuerzas Armadas, constituimos los brazos, civil y militar, de la defensa de la soberanía nacional. En el exterior, hemos enfrentado más escaramuzas y tensiones en defensa de México que cualquier otra institución.

La formación de una nueva generación de diplomáticos se forja en el crisol del momento político del país, los cambios generacionales, la preparación profesional y la decisión individual de pertenencia. En estos tiempos, se retiran colegas que ingresaron en los ochenta, testigos del ocaso del nacionalismo revolucionario priista, en medio de profundas crisis económicas y, como siempre, con la compleja relación con nuestro vecino del norte. El SEM vivió la llegada de la tecnocracia y el auge de las políticas neoliberales, una época en la que nuestra profesión, percibida como tradicional y conservadora, no siempre fue valorada.

La alternancia democrática trajo consigo nuevas tareas y, con cada nuevo gobierno, la percepción de que el SEM representaba el pasado del partido único, o al menos del anterior. Los relevos políticos llegaban a la Cancillería con suspicacia, pero con el tiempo comprendían que su temor era infundado. Las tareas diplomáticas y consulares, desempeñadas por las dos ramas del SEM, son especializadas y complejas, y la improvisación tiene un alto costo, especialmente en el ámbito internacional. El apartidismo, que no la apatía política, es la esencia de esta profesión en cualquier servicio diplomático.

Si bien cada titular de la SRE y cada Ejecutivo han dejado su huella en la política exterior, cada cambio de régimen ha encontrado en el SEM una instancia leal al Estado, con la capacidad profesional para ser el puente que conecta la vida nacional con nuestro papel en el mundo.

A lo largo de las sucesiones de gobiernos, el SEM ha desempeñado un doble papel: por un lado, desarrollar el programa de trabajo propuesto, a pesar de la suspicacia inicial, y por otro, cumplir con el mandato de nuestro marco legal, atendiendo al entorno internacional.

Existen otras instancias que proyectan y promueven a México internacionalmente: nuestra cultura, el comercio, la iniciativa privada, representaciones estatales y locales, estudiantes, viajeros y nuestra diáspora. Sin embargo, todas ellas, en algún momento, interactúan con la SRE y sus representaciones en el mundo.

La carrera en el SEM se sustenta en tres pilares: el ingreso regular de nuevas generaciones, la movilidad geográfica y temática entre adscripciones, y los ascensos en el escalafón, siempre respetando nuestra ley. Esto proporciona cierta previsibilidad a una vida, por lo demás, llena de cambios. Los servicios diplomáticos profesionales compartimos esta misma lógica, y por ello es fundamental transmitir a la nueva generación, la que conducirá nuestra diplomacia en el futuro, que vale la pena invertir su vida en esta profesión, y que el esfuerzo se ve recompensado con mayores responsabilidades.

Es destacable el compromiso de la gestión de Juan Ramón de la Fuente por impulsar la participación de las mujeres en la diplomacia. De los 99 futuros diplomáticos, 66 son mujeres. El reto ahora es consolidar las condiciones para que ellas, al igual que los hombres y la diversidad, puedan desarrollarse plenamente a lo largo de su carrera, tanto en lo profesional como en lo personal y familiar, manteniendo siempre la lealtad al Estado mexicano.

Fuente: El Heraldo de México