
Inicio > Noticias > Desastre Natural
8 de septiembre de 2025 a las 00:00
Juchitán: A 6 años del 8.2
Seis años han transcurrido desde aquella fatídica noche del 7 de septiembre de 2017, una fecha grabada a fuego en la memoria de Juchitán. El reloj marcaba las 11:49 p.m. cuando la tierra rugió con una furia inusitada, un sismo de 8.2 grados, el más potente en un siglo, sacudió los cimientos de la ciudad y del sureste mexicano. La tranquilidad nocturna se transformó en un escenario de terror y devastación. Imaginen el pánico, el sonido ensordecedor de las casas derrumbándose, los gritos desesperados buscando refugio bajo un cielo iluminado por los cortos circuitos del cableado eléctrico. El polvo y los escombros se convertían en una densa nube que lo cubría todo, mientras el suelo seguía temblando sin clemencia.
Juchitán, una ciudad vibrante y llena de vida, quedó herida de muerte. El icónico Palacio Municipal, símbolo de la identidad juchiteca, se desmoronó parcialmente, convertido en una metáfora del dolor que embargaba a la comunidad. Familias enteras perdieron sus hogares, sus pertenencias, lo que con tanto esfuerzo habían construido. La búsqueda desesperada entre los escombros se prolongó durante horas, una lucha contra el tiempo para rescatar a quienes habían quedado atrapados bajo las ruinas. La solidaridad, sin embargo, brilló con fuerza en medio de la tragedia. Vecinos ayudando a vecinos, compartiendo lo poco que les quedaba, improvisando refugios y ofreciendo consuelo.
Al amanecer, la magnitud del desastre era abrumadora. Casas reducidas a polvo, escuelas derrumbadas, el mercado, corazón comercial de la ciudad, destruido. El número de víctimas mortales ascendía a decenas, convirtiendo a Juchitán en el epicentro del dolor y la pérdida. La vida cotidiana se paralizó, el duelo se convirtió en un sentimiento colectivo que unía a todos en su sufrimiento. Pero Juchitán, un pueblo forjado en la resistencia, se negó a sucumbir ante la adversidad.
De las cenizas del desastre surgió la fuerza indomable de su gente. Cocinas comunitarias improvisadas en patios y calles ofrecían alimento a los damnificados. Manos solidarias, llegadas de todos los rincones del país, repartían agua, ropa y víveres. Juchitán demostraba al mundo su capacidad de resiliencia, su espíritu inquebrantable. El 7 de septiembre no solo se recuerda por la tragedia, sino también por la unión, la solidaridad y la esperanza que florecieron en medio del dolor.
La reconstrucción ha sido un proceso lento y arduo. Ladrillo a ladrillo, Juchitán se levanta de nuevo. Se han reconstruido viviendas, se han restaurado edificios emblemáticos como la iglesia de San Vicente Ferrer y la Casa de la Cultura. El Palacio Municipal, símbolo de la ciudad, se yergue nuevamente como testimonio de la perseverancia de su gente. Aún queda mucho por hacer, pero el espíritu de Juchitán permanece intacto, un ejemplo de fortaleza y esperanza para todo México. El homenaje póstumo a las víctimas, con la bandera a media asta y la ofrenda floral, es un recordatorio del dolor que aún perdura, pero también un acto de reconocimiento a la fuerza de un pueblo que se niega a olvidar, pero que elige mirar hacia el futuro con valentía y determinación. La solidaridad, como bien lo mencionó el alcalde, es el bálsamo que ayuda a sanar las heridas y a reconstruir no solo los edificios, sino también el tejido social, la esperanza y el futuro de Juchitán.
Fuente: El Heraldo de México