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7 de septiembre de 2025 a las 15:10

El doloroso 85 de Plácido

La Ciudad de México, un crisol vibrante de cultura y tradición, se estremeció aquel 19 de septiembre de 1985. No fue un simple temblor, fue un rugido telúrico que desgarró el corazón de la capital, dejando una cicatriz imborrable en la memoria colectiva. En medio del caos y la destrucción, emergió la solidaridad innata del mexicano, un espíritu indomable que se negó a ser vencido. Entre las miles de historias de valentía y resiliencia, destaca la del aclamado tenor Plácido Domingo, cuya vida quedó inextricablemente ligada a la tragedia.

Lejos de su tierra natal, la noticia lo golpeó como un mazazo. La incertidumbre inicial pronto dio paso a la angustia, al conocer la magnitud del desastre y la posibilidad de que sus familiares, residentes en el edificio Nuevo León de Tlatelolco, estuvieran entre las víctimas. Sin dudarlo, Domingo abordó el primer avión con destino a la Ciudad de México, impulsado por una mezcla de desesperanza y la férrea voluntad de ayudar.

A su llegada, la escena era dantesca. Montones de escombros, el polvo suspendido en el aire, el silencio interrumpido por los gritos de auxilio y el llanto desconsolado. Pero en medio de la devastación, se respiraba un aire de esperanza, alimentado por la incansable labor de los rescatistas, voluntarios y ciudadanos comunes que, unidos por un mismo propósito, trabajaban sin descanso. Plácido Domingo, dejando de lado su fama y privilegios, se unió a las brigadas de rescate, con la esperanza de encontrar a sus seres queridos con vida.

Durante días, el tenor removió escombros, codo a codo con otros voluntarios, compartiendo el dolor y la incertidumbre de quienes habían perdido todo. La búsqueda fue infructuosa. La confirmación de la muerte de su tío, tía, primo y sobrino fue un golpe devastador, pero en lugar de sucumbir al dolor, Domingo encontró en la tragedia una nueva misión: honrar la memoria de sus familiares ayudando a los demás.

En los meses siguientes, el cantante se convirtió en un incansable promotor de la reconstrucción de la ciudad. Organizó conciertos benéficos, recaudó fondos, gestionó proyectos de vivienda y se aseguró personalmente de que la ayuda llegara a quienes más la necesitaban. Su compromiso no se limitó a lo material, sino que también brindó apoyo emocional a las víctimas, compartiendo su propia experiencia de pérdida y ofreciendo un mensaje de esperanza en medio de la adversidad.

El terremoto del 85 no solo dejó una huella de destrucción, sino que también reveló la capacidad del ser humano para superar la tragedia a través de la solidaridad y la resiliencia. La historia de Plácido Domingo, un artista consagrado que se convirtió en un héroe anónimo, es un testimonio conmovedor del poder del espíritu humano para encontrar la luz en medio de la oscuridad. Su entrega y compromiso, más allá de los escenarios y la fama, lo convirtieron en un verdadero ángel de la ciudad, un símbolo de esperanza para una nación herida que se negaba a rendirse. Años después, el reconocimiento del gobierno de la Ciudad de México con el Premio Ángel de la Ciudad y su concierto gratuito en Tlatelolco, no fueron más que un justo homenaje a un hombre que, en medio del dolor, encontró la fuerza para transformar la tragedia en un acto de amor y solidaridad. Su legado, como el de tantos otros héroes anónimos del 85, perdurará en la memoria colectiva de México, como un recordatorio de que incluso en las situaciones más difíciles, la esperanza y la unidad pueden florecer entre los escombros.

Fuente: El Heraldo de México