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6 de septiembre de 2025 a las 06:05
El silencio incómodo: ¿Qué dice la psicología?
En el intrincado ballet social de la vida cotidiana, el saludo se erige como un paso fundamental. Un gesto aparentemente simple, pero cargado de significado, que puede tejer lazos o, por el contrario, levantar muros invisibles. Nos adentramos en la psicología del saludo no correspondido, explorando las razones ocultas tras esa ausencia que a menudo nos deja con la mano extendida en el aire y un mar de interrogantes en la mente.
Mucho más allá de una simple formalidad, el saludo es un ritual social que comunica respeto, reconocimiento y la intención de establecer una conexión, aunque sea fugaz. Es un acto que valida la existencia del otro, un breve intercambio que afirma: "Te veo, te reconozco". Por eso, la ausencia de este gesto puede generar una cascada de interpretaciones, desde la simple distracción hasta la intencionalidad más hiriente. El silencio del saludo no correspondido retumba con más fuerza que cualquier palabra.
Como señala el Dr. Sergi Rufi, a veces la omisión es involuntaria. Un despiste, la inmersión en los propios pensamientos, la velocidad frenética de la vida moderna… Factores que nos convierten en actores desconectados de la escena que nos rodea, ciegos a las señales sutiles del entorno social. Sin embargo, en otras ocasiones, la falta de saludo esconde motivos más complejos, arraigados en la personalidad de quien lo omite y en la dinámica de la relación con la persona "ignorada".
Desde el punto de vista psicológico, las razones pueden ser múltiples y variadas. El orgullo, ese muro infranqueable que impide bajar la guardia y extender la mano, puede ser una de ellas. El resentimiento, la herida aún abierta de un conflicto no resuelto, puede manifestarse en la frialdad de un saludo negado. La timidez, esa coraza que protege pero también aísla, puede paralizar a quien teme la interacción social. Incluso el simple desinterés, la indiferencia hacia la otra persona, puede expresarse en la ausencia de ese gesto mínimo de cortesía.
La personalidad juega un papel crucial. Individuos introvertidos, centrados en su mundo interior, pueden pasar por alto las convenciones sociales sin malicia alguna. Personas con baja autoestima pueden interpretar un saludo potencial como una amenaza, un juicio a su valía personal. Y, por supuesto, existen aquellos que utilizan el desaire como una herramienta de poder, una forma de marcar distancia y establecer una jerarquía social.
Pero el saludo, además de un reflejo de nuestra personalidad y nuestras relaciones, es un hábito. Un hábito que, como cualquier otro, se puede cultivar. Saludar con optimismo, con una sonrisa genuina, con una frase amable, puede transformar nuestra propia actitud y la de quienes nos rodean. Al principio, la efusividad puede sentirse forzada, artificial. Pero con la práctica, se convierte en una segunda naturaleza, en una forma de afrontar el día con energía positiva. El saludo deja de ser un acto mecánico para transformarse en una declaración de intenciones: una apuesta por la conexión, por la amabilidad, por la construcción de un mundo más humano.
Entonces, la próxima vez que se cruce con alguien y sienta la tentación de esquivar la mirada, recuerde el poder del saludo. Un pequeño gesto que puede romper barreras, sanar heridas y sembrar la semilla de la conexión humana. Un gesto que, en su aparente simplicidad, dice mucho más de lo que imaginamos.
Fuente: El Heraldo de México