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5 de septiembre de 2025 a las 09:20
Revive la literatura
El malestar que describe el autor, esa sensación de orfandad literaria ante la avalancha de best-sellers superficiales, resuena con la inquietud de muchos. No se trata de una nostalgia ciega por el pasado, sino de una preocupación legítima por el presente y el futuro de la lectura. ¿Hemos caído en la trampa del consumo rápido, incluso en el ámbito de la cultura? ¿Nos hemos conformado con bocadillos literarios que sacian el apetito momentáneamente, pero que nos dejan con una sensación de vacío existencial?
La proliferación de libros de autoayuda y finanzas en las listas de los más vendidos nos invita a una reflexión profunda. Si bien estos géneros pueden ofrecer herramientas útiles para ciertos aspectos de la vida, su omnipresencia en el mercado editorial podría estar desplazando a obras de mayor calado, aquellas que nos confrontan con las grandes preguntas de la humanidad. No se trata de demonizar estos géneros, sino de cuestionar su hegemonía y el posible empobrecimiento del panorama literario que conlleva. ¿Estamos sacrificando la complejidad y la profundidad en aras de la simplicidad y la promesa de soluciones rápidas?
El autor señala un punto crucial: la identificación del valor con el precio. En una sociedad regida por las leyes del mercado, la literatura, como cualquier otro producto, se somete a la lógica de la oferta y la demanda. Esto implica que las editoriales, en su búsqueda de la rentabilidad, priorizan los títulos que se venden con mayor facilidad, aunque su valor literario sea cuestionable. Esta dinámica crea un círculo vicioso: los lectores demandan lo que se les ofrece, y las editoriales ofrecen lo que se demanda, perpetuando la hegemonía de la literatura comercial y relegando a un segundo plano las obras que podrían enriquecer nuestro intelecto y nuestra sensibilidad.
La crítica no se dirige únicamente a las editoriales, sino también a nosotros, los lectores. Somos cómplices de esta situación al consumir productos literarios que, en muchos casos, no aportan un verdadero alimento para el espíritu. ¿Hemos perdido la capacidad de discernir entre la literatura que nos entretiene y la que nos transforma? ¿Nos hemos acostumbrado a la superficialidad y al pensamiento simplista?
El autor evoca la figura de grandes autores como Homero, Shakespeare, Cervantes, Dostoievski, Borges y Murakami, como ejemplos de la literatura que nos interpela, que nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Estas obras, a pesar de pertenecer a diferentes épocas y culturas, comparten una característica fundamental: la capacidad de explorar la condición humana en toda su complejidad. Nos ofrecen un espejo en el que podemos ver reflejados nuestros anhelos, nuestros miedos, nuestras contradicciones.
La literatura, en su sentido más profundo, es un acto de resistencia. Resiste a la banalización, a la superficialidad, al pensamiento único. Nos invita a cuestionar, a reflexionar, a buscar respuestas a las preguntas que nos atormentan. Nos ofrece un espacio para la introspección, para el diálogo con nosotros mismos y con los demás. En un mundo cada vez más acelerado y superficial, la literatura se erige como un baluarte contra la barbarie, un refugio para el espíritu. Es un tesoro que debemos preservar y cultivar, no solo por nosotros mismos, sino por las generaciones futuras.
La invitación del autor es clara: recuperar el placer de la lectura profunda, de la literatura que nos desafía, que nos transforma. Se trata de un acto de rebeldía contra la dictadura del mercado, una afirmación de nuestra capacidad de pensar, de sentir, de soñar. Es una apuesta por la trascendencia, por la búsqueda del sentido en un mundo que a menudo parece carecer de él. Es, en definitiva, una apuesta por la humanidad.
Fuente: El Heraldo de México