La mirada de Jocelyne Marmottan, pequeña en sus ojos, pero inmensa en su alcance, nos invita a reflexionar sobre la diferencia entre mirar y observar, entre estar y habitar. No se trata simplemente de percibir el mundo a través de nuestros sentidos, sino de conectarnos con él de una manera profunda, consciente y plena. Jocelyne, con esa sensibilidad que caracteriza a los artistas verdaderamente despiertos, ha logrado construir un puente entre su mundo interior y el exterior, plasmando en sus lienzos la esencia misma de la vida.

Su viaje vital, que la llevó desde la vibrante Barcelona, cuna de Miró y Tàpies, hasta el místico Tepoztlán, en las faldas del imponente Ajusco, es un testimonio de su búsqueda constante. Una búsqueda que no se limita a la exploración geográfica, sino que se adentra en los recovecos del alma, en la esencia de las cosas. Desde los ochenta, su presencia en México ha enriquecido la escena artística del país, aportando una visión fresca y original, una perspectiva que integra la fuerza del Mediterráneo con la magia de Mesoamérica.

Imaginemos a Jocelyne, joven, con apenas 27 años, llegando a un país nuevo, lleno de colores, olores y sabores desconocidos. Sus sentidos se agudizan, absorbiendo cada detalle, cada matiz. No es una turista que mira desde la superficie, sino una viajera que se sumerge en la cultura, que la respira, la vive. Y en ese proceso de inmersión, descubre su propia voz, su lenguaje artístico, que se nutre de la riqueza de sus experiencias.

Sus obras no son simples representaciones de la realidad, sino interpretaciones, construcciones imaginarias que nos revelan su mundo interior. Los colores vibrantes, las texturas, las formas orgánicas, todo nos habla de una conexión profunda con la naturaleza, con la vida. Al igual que los ahuehuetes que se aferran a la tierra con sus raíces milenarias, Jocelyne se aferra a la esencia de las cosas, extrayendo la belleza que se esconde en lo cotidiano.

La exposición en el Jardín Botánico Histórico La Concepción de Málaga no es una casualidad. Es el escenario perfecto para celebrar la obra de una artista que ha dedicado su vida a contemplar la belleza de la naturaleza. En ese oasis de verdor, rodeados de miles de especies vegetales, las obras de Jocelyne cobran una nueva dimensión, un diálogo entre el arte y la vida, entre la creación humana y la naturaleza. Y Málaga, ciudad natal de Picasso, recibe con los brazos abiertos a esta artista catalana-mexicana, cuya obra trasciende fronteras y nos conecta con lo universal.

Más allá del número de exposiciones y de las etapas pictóricas, lo que realmente importa es el legado de Jocelyne Marmottan. Un legado de color, de luz, de emoción, que nos invita a despertar, a observar, a habitar el mundo con plenitud. Su arte es un regalo, una ofrenda a la vida, que nos recuerda la importancia de conectar con nuestra esencia y con la belleza que nos rodea.