
5 de septiembre de 2025 a las 21:20
El adiós no dicho en La La Land
El adiós, ese nudo en la garganta que nos impide articular palabra, esa punzada en el pecho que nos recuerda la ausencia. Despedirse, un verbo que a menudo conjugamos con lágrimas en los ojos, marca un punto final, un cierre de ciclo, un capítulo que se termina. Y aunque duela, aunque nos desgarre el alma, a veces es necesario soltar, dejar ir, para que ambos, quienes se despiden y de quien nos despedimos, podamos seguir nuestro camino.
La despedida no siempre es sinónimo de olvido. Al contrario, puede ser la semilla de un recuerdo imborrable, la huella indeleble de un amor que trascendió el tiempo y la distancia. Como en La La Land, la obra maestra de Chazelle, donde la mirada final entre Mia y Sebastian dice más que mil palabras. Un cruce de miradas cargado de nostalgia, de anhelo, pero también de gratitud y orgullo. Una despedida silenciosa que grita a los cuatro vientos la intensidad de un amor que, aunque no floreció en un "para siempre" juntos, los moldeó, los transformó, los convirtió en las personas que estaban destinadas a ser.
Esa mirada final, ese instante suspendido en el tiempo, es la prueba irrefutable de que el amor no siempre se traduce en posesión, en un futuro compartido. A veces, amar es dejar volar, es impulsar al otro a alcanzar sus sueños, aunque eso signifique renunciar a un futuro en común. Y es precisamente en ese acto desinteresado, en esa renuncia valiente, donde el amor se eleva a su máxima expresión.
Mia y Sebastian, dos almas unidas por la pasión y el arte, se encontraron en el momento preciso, se amaron con la intensidad de una supernova y se despidieron con la serenidad de un atardecer. Su historia, un reflejo de la vida misma, nos recuerda que a veces el destino nos tiene deparados caminos diferentes, y que aunque duela, debemos aceptar la despedida como una oportunidad para crecer, para evolucionar, para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
El éxito de Mia, la realización del sueño de Sebastian, son el testimonio de un amor que trascendió la presencia física, un amor que se convirtió en el motor impulsor de sus vidas. Cada aplauso que recibe Mia, cada nota que brota del piano de Sebastian, es un eco de ese amor compartido, una melodía silenciosa que los une en la distancia.
La magia de La La Land reside en su capacidad para capturar la complejidad del amor, la dualidad entre el dolor de la despedida y la alegría del reencuentro, aunque sea solo en el recuerdo. Una película que nos invita a reflexionar sobre la importancia de dejar ir, de aceptar el cambio, de celebrar el amor en todas sus formas, incluso en la ausencia. Porque a veces, la despedida no es un final, sino un nuevo comienzo. Un comienzo lleno de posibilidades, de sueños por cumplir, de un amor que, aunque silencioso, resuena con la fuerza de una orquesta.
Fuente: El Heraldo de México