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5 de septiembre de 2025 a las 09:30

Descubre el bienestar en cada taza

La llegada del café "Bienestar" a mis manos fue un acontecimiento. No exagero al decir que la emoción me embargó como si se tratase de una reliquia precolombina, un vestigio de esas culturas ancestrales, tan avanzadas, tan democráticas, tan buena onda, que florecieron en esta tierra. Conseguirlo no fue tarea fácil. Las tiendas del Bienestar aún no se dignan a bendecir las sofisticadas calles de Polanco, y la distribución, digamos, no ha sido la óptima (y cuando digo óptima, me refiero a una distribución digna de Quetzalcóatl, en sintonía con la nueva era). Pero mi perseverancia, aunada a ciertas influencias estratégicamente aplicadas, rindió frutos. Obtuve el preciado néctar, en su presentación más modesta, la de 35 pesitos. Y con él en mi poder, me dispuse a orquestar una degustación-maridaje en la comodidad de mi hogar.

El aroma, al abrir el envase, me transportó a los 80, a los 90, a la época dorada de las franquicias mexicanas de Coyoacán. Recuerdo esos cafés tostados prematuramente, con un sabor a ácido nítrico recalentado, a precios, eso sí, accesibles para la comunidad estudiantil de la UNAM. Pero la nostalgia no me detuvo. Confieso, con cierta vergüenza, que el neoliberalismo mexicano me ha dejado secuelas. Sí, lo admito, aún caigo en la tentación de las cápsulas de café fifí, con su textura cremosa y su aire de sofisticación. Incluso, en ocasiones, me doy el lujo de moler granos importados de Italia o Colombia, utilizando una máquina de espresso, también italiana, por supuesto. El café soluble, en general, no figura en mi repertorio. Pero el sello "Bienestar" es una garantía, un símbolo de confianza. Así que, con fe ciega, deposité una generosa cucharada en mi taza de agua caliente y me dediqué a remover, con paciencia de alquimista, hasta obtener una mezcla homogénea.

Tras 12 minutos de meticulosa preparación, el brebaje estaba listo. Comenzó la degustación, una experiencia sensorial en tres tiempos. Primero, el café, a la mexicana, con el postre. El resultado fue, digamos, heterodoxo. El exquisito cheesecake de una reconocida pastelería de la Roma, uno de mis favoritos, se transformó, al contacto con el café, en una especie de tofu aderezado con salsa de chamoy. Y para que se den una idea de mi desagrado, considero que el tofu, en todas sus presentaciones, debería ser proscrito.

Tras un generoso trago de agua, para limpiar el paladar, pasé a la segunda fase, la digestiva: café, whisky, puro. Una combinación, en teoría, sofisticada. La realidad, sin embargo, fue otra. El single malt, al mezclarse con el "Bienestar", resultó en una combinación altamente corrosiva. Sospecho que lo que he padecido desde entonces se conoce como esofaguitis. El puro, un Davidoff, elegido especialmente para la ocasión, perdió todo su sabor, convirtiéndose en una experiencia insípida. Mis papilas gustativas, me temo, quedaron cauterizadas.

Finalmente, la prueba definitiva: el café solo. Eliminando cualquier variable, cualquier interferencia externa, ¿cuál sería el verdadero sabor del "Bienestar"? La respuesta, amigos míos, es… Un sabor orgullosamente ajeno a los patrones gastronómicos occidentales. Ahí radica la clave, la esencia misma de este producto. "Bienestar" no es solo un café, es una filosofía de vida. Es un llamado a modificar nuestros hábitos, a desafiar lo establecido, a romper las barreras del raci-clasismo. Y yo, su humilde servidor, el Doctor Patán, me comprometo a aceptar el reto.

Por lo pronto, creo que empiezo a comprender a qué se refería la presidenta con eso de "que se sigan retorciendo".

Fuente: El Heraldo de México