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4 de septiembre de 2025 a las 03:20

Secretos de Lyn May: Maquillaje y funerales.

El velo entre la vida y la muerte, un tema que ha fascinado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, parece haberse descorrido ligeramente para Lyn May, la icónica vedette mexicana. En una reveladora entrevista para el podcast Creepypastas Everywhere, May compartió experiencias que nos erizan la piel y nos hacen cuestionar lo que hay más allá de nuestra realidad tangible. A pesar de declararse escéptica, sus vivencias la han llevado a un territorio desconocido, donde la línea entre el mundo de los vivos y el de los muertos se difumina.

Su relato comienza con la entrañable amistad que la unió a Carmen Salinas, una relación que trascendió los escenarios y se convirtió en un lazo familiar. Tan profunda era la conexión que el hijo de Salinas llamaba a Lyn May "tía". Cuando este joven enfermó de cáncer, May se volcó en su cuidado, buscando incansablemente segundas opiniones médicas. Un gesto desgarrador que culminó con la propia Lyn May maquillando el rostro inerte del joven tras su fallecimiento, una imagen que nos habla de un dolor compartido y una entrega incondicional.

La historia continúa con Rossy Mendoza y Sasha Montenegro, dos figuras legendarias del cine de ficheras con las que Lyn May compartió no solo escenarios, sino también una época dorada del cine mexicano. A pesar de la supuesta rivalidad que los medios de comunicación solían proyectar, la realidad era otra. Un profundo afecto las unía, un cariño que llevó a Lyn May a ser la encargada de maquillarlas para su último adiós. Un acto que, más que un trabajo, se convirtió en un homenaje, una despedida llena de amor y respeto.

Sin embargo, este gesto de cariño tuvo un precio. La experiencia marcó a Lyn May de una manera profunda e inesperada. El contacto con la muerte, la cercanía con sus amigas en sus últimos momentos, despertó en ella una sensibilidad inquietante. Comenzó a percibir presencias, a ver siluetas moviéndose, a soñar con monstruos. Un torbellino de imágenes perturbadoras que la llevaron a un estado de angustia y la obligaron a buscar ayuda profesional.

El trauma fue tan intenso que Lyn May decidió dejar de asistir a funerales, incluso los de sus amigas más cercanas. La energía que percibe en esos lugares, la conexión con el mundo de los muertos, se ha vuelto demasiado abrumadora. Incluso durante sus clases de baile, una actividad que le brinda alegría y distracción, las presencias continúan manifestándose, susurrando invitaciones a un mundo desconocido.

Lyn May no busca convencer a nadie de la veracidad de sus experiencias. Simplemente comparte su verdad, un testimonio conmovedor que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la misteriosa conexión que nos une a quienes ya no están. Una historia que, más allá del morbo o la superstición, nos habla del amor, la pérdida y la búsqueda de consuelo en un mundo lleno de misterios. ¿Será que Lyn May, sin quererlo, se ha convertido en un puente entre dos mundos? La respuesta, como tantas otras cosas en la vida, permanece velada en la incertidumbre.

Fuente: El Heraldo de México