
4 de septiembre de 2025 a las 09:20
Malentendidos que cuestan caro
La danza diplomática entre México y Estados Unidos en materia migratoria se ha convertido en un ejercicio de semántica donde las palabras se escogen con pinzas y los significados se difuminan. La propuesta inicial de la entonces Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, de un "acuerdo" con Donald Trump sobre comercio bilateral, migración y seguridad, ha mutado en un más ambiguo "entendimiento". Este cambio de vocabulario, lejos de ser casual, refleja la delicada cuerda floja sobre la que se mueve la relación bilateral.
Mientras Sheinbaum hablaba de un "acuerdo global", ahora se prefiere el término "Programa de Cooperación Sobre Seguridad Fronteriza y Aplicación de la Ley". Un nombre largo y complejo que, en esencia, intenta transmitir la misma idea de colaboración, pero sin la contundencia de un compromiso formal. Se trata de un "entendimiento" que se asemeja a un acuerdo, pero que evita la etiqueta para eludir las posibles consecuencias de un incumplimiento.
La razón detrás de esta cautela semántica parece clara: la presión de Estados Unidos y la posibilidad de que México no pueda cumplir con los compromisos adquiridos en materia de seguridad. Si el gobierno mexicano falla en neutralizar a los cárteles del narcotráfico, como se ha comprometido a hacer, se abriría la puerta a una mayor intervención estadounidense, un escenario que se busca evitar a toda costa.
La palabra "acuerdo", por lo tanto, se convierte en un término prohibido, un recordatorio de las promesas hechas y la posibilidad de no poder cumplirlas. Se busca un equilibrio precario: cooperar con Estados Unidos sin atarse de manos con un acuerdo formal que pueda tener consecuencias negativas.
Este malabarismo verbal se evidencia en las declaraciones de los funcionarios mexicanos, quienes evitan cuidadosamente la palabra maldita. Se habla de "cooperación", de "colaboración", de "entendimiento", pero nunca de "acuerdo". Una estrategia que busca ganar tiempo y flexibilidad en un contexto geopolítico complejo.
Mientras tanto, la economía mexicana sigue su propio curso, con la industria de capital privado en auge y la informalidad como un fantasma que recorre los círculos empresariales. La preocupación por la carga fiscal y el creciente gasto social, particularmente en pensiones, añaden más incertidumbre al panorama económico. En este contexto, la ambigüedad en la relación con Estados Unidos se convierte en una variable más a considerar, un factor que puede influir en la estabilidad del país.
La pregunta que queda en el aire es si esta estrategia de la ambigüedad será suficiente para navegar las turbulentas aguas de la relación bilateral. ¿Logrará México cumplir con sus compromisos sin firmar un acuerdo formal? ¿O la presión de Estados Unidos terminará forzando un compromiso más concreto? El tiempo lo dirá.
Fuente: El Heraldo de México