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4 de septiembre de 2025 a las 09:15
Despierta tu curiosidad interior
La libertad, ese derecho inherente a la condición humana, se manifiesta en múltiples formas, pero quizás ninguna tan poderosa y trascendental como la libertad de expresión. Imaginen un mundo donde las ideas fueran encadenadas, donde las voces disidentes fueran silenciadas, donde la pluma del escritor temblara ante la sombra de la censura. Un mundo así, desprovisto del vibrante intercambio de pensamientos y perspectivas, sería un mundo empobrecido, un desierto intelectual.
Las palabras de Alfred Rosenberg, ministro de Cultura del régimen nazi, resuenan con una escalofriante ironía: "La personalidad del artista debe desarrollarse libremente y sin obstáculos. Solo una cosa le pedimos: que confiese nuestro credo". Esta perversa dicotomía, esta libertad condicionada, nos revela la verdadera naturaleza de la tiranía: la imposición de un único pensamiento, la supresión de cualquier voz que ose cuestionar el dogma establecido. No importa el contexto, no importa la ideología, la coerción sobre el pensamiento siempre representa una amenaza a la esencia misma de la humanidad.
En tiempos turbulentos, como los que vivimos, la defensa de la libertad de expresión se vuelve aún más crucial. La proliferación de discursos de odio, la manipulación informativa, la polarización social, todos estos fenómenos nos recuerdan la fragilidad de nuestros derechos y la necesidad de protegerlos con vehemencia. La literatura, como espejo de la sociedad, como vehículo de ideas y emociones, se convierte en un campo de batalla donde se libra la lucha por la libertad.
La postura de editoriales como Penguin Random House, que se comprometen a proteger la integridad de las obras que publican y a defender la libertad de pluma de sus autores, es un faro de esperanza en medio de la tormenta. No se trata simplemente de un discurso políticamente correcto, sino de una práctica concreta, de un compromiso ético que se traduce en la defensa cotidiana de la libertad literaria. El respeto a la voz del autor, la ausencia de censura, la protección de la obra tal como fue concebida, son los pilares sobre los que se construye una verdadera cultura de la libertad.
Voltaire, con su célebre frase "No estaré de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida por defender tu derecho a decirlo", encapsula la esencia misma de la tolerancia y el respeto a la diversidad de pensamiento. Defender la libertad de expresión no significa estar de acuerdo con todo lo que se dice, sino reconocer el derecho fundamental de cada individuo a expresar sus ideas, por más controvertidas que sean. Es en la confrontación de ideas, en el diálogo abierto y respetuoso, donde se enriquece el pensamiento y se avanza hacia una sociedad más justa y libre.
La historia nos ha enseñado, una y otra vez, que la censura es un arma de doble filo. El libro prohibido, la idea silenciada, la voz acallada, adquieren una fuerza aún mayor, se convierten en símbolos de resistencia, en semillas de cambio. La curiosidad humana, inherentemente rebelde, se siente atraída por lo prohibido, por lo que se intenta ocultar. La censura, en su torpe intento de controlar el pensamiento, termina por avivar la llama de la libertad.
Hoy, más que nunca, necesitamos editoriales valientes, escritores comprometidos y lectores ávidos de conocimiento, dispuestos a defender la libertad de expresión como un tesoro invaluable. Porque en la libertad de las palabras reside la libertad del pensamiento, y en la libertad del pensamiento reside la esencia misma de lo que nos hace humanos. La lucha por la libertad de expresión es una lucha continua, una batalla que se libra en cada libro, en cada artículo, en cada conversación. Y es una batalla que debemos ganar, no solo por nosotros mismos, sino por las generaciones futuras, para que puedan heredar un mundo donde la palabra siga siendo libre.
Fuente: El Heraldo de México