
4 de septiembre de 2025 a las 09:30
¿Amas al equipo... o solo cuando gana?
La historia de Renata Zarazúa en el US Open es un reflejo, casi un microcosmos, de la compleja relación que México tiene con sus deportistas. De la noche a la mañana, una tenista prácticamente desconocida para el gran público, se convirtió en la abanderada de las esperanzas de todo un país. Su victoria contra Madison Keys, una oponente de talla mundial, no solo la catapultó a la fama, sino que también la colocó bajo el intenso escrutinio y la efervescente, a veces abrumadora, pasión del aficionado mexicano.
Este fenómeno, tan nuestro, de pasar del anonimato a la idolatría instantánea, nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de nuestro apoyo deportivo. ¿Es genuino, incondicional? ¿O se trata más bien de un entusiasmo volátil, alimentado por la novedad y el ansia de victorias que nos permitan celebrar una identidad nacional a través del triunfo ajeno? Zarazúa, sin buscarlo, se convirtió en un experimento sociológico andante, en la prueba viviente de la presión que ejerce una nación sedienta de gloria sobre los hombros de quien, hasta hace poco, competía en la tranquilidad del anonimato.
La presión que experimentó Renata en su siguiente partido, contra Diane Parry, fue palpable. Ya no era la underdog que jugaba con la libertad de quien no tiene nada que perder. Ahora cargaba con el peso de las expectativas de millones, con la mirada de un país entero puesta sobre ella. Las butacas, antes vacías, ahora rebosaban de una afición que parecía haber despertado de un letargo. Pero, ¿cuánto de ese apoyo era genuino interés por su carrera, por su trayectoria, y cuánto era la simple euforia del momento, el deseo de subirse al carro de la victoria?
Este comportamiento, por desgracia, no es exclusivo del deporte mexicano. Desde Messi con Argentina hasta Lebron James con Estados Unidos, hemos visto cómo la presión de representar a una nación puede ser un arma de doble filo. Para quienes no están acostumbrados a esa magnitud de atención, la posibilidad de "defraudar" a todo un país puede ser más intimidante que cualquier rival. Y en el caso de México, donde el apoyo suele ser tardío, donde la afición aparece masivamente solo cuando el éxito parece asegurado, esa presión se intensifica.
Es fácil dejarse llevar por la euforia del momento, por la emoción de ver a uno de los nuestros triunfar en el escenario internacional. Pero es importante recordar que detrás de cada deportista hay una persona, con sus propias luchas, sus propios miedos y sus propias presiones. Nuestro apoyo debe ser constante, no intermitente. Debemos aprender a acompañar a nuestros atletas desde el inicio de sus carreras, a alentarlos en las derrotas tanto como en las victorias. Solo así podremos construir una cultura deportiva verdaderamente sólida, donde el éxito no sea un golpe de suerte, sino el resultado del esfuerzo, la dedicación y el apoyo incondicional de una nación entera. El caso de Renata Zarazúa nos invita, o más bien nos exige, a reflexionar sobre nuestro papel como aficionados y a preguntarnos: ¿estamos realmente apoyando a nuestros deportistas, o simplemente exigiéndoles que carguen con el peso de nuestras propias expectativas?
Fuente: El Heraldo de México