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3 de septiembre de 2025 a las 23:00

Señales silenciosas de depresión en adolescentes

El Día Internacional de la Prevención del Suicidio nos llama a la reflexión y a la acción. No podemos seguir mirando hacia otro lado ante una realidad que, aunque dolorosa, nos exige atención y compromiso. La depresión, a menudo silente, se erige como un factor crucial en muchos casos de suicidio, y es en el seno familiar donde primero podemos, y debemos, detectar las señales de alarma. Hablar de estos temas no es sinónimo de debilidad, sino de valentía, de humanidad. Como padres, tenemos la responsabilidad de crear un ambiente de confianza donde nuestros hijos se sientan seguros para expresar sus emociones, sus miedos, sus angustias.

Recordemos las palabras de Ryan Holiday, quien nos invita a abrazar la filosofía estoica: no podemos controlar las circunstancias externas, pero sí nuestra reacción ante ellas. Cultivemos la fortaleza interior, tanto en nosotros mismos como en nuestros hijos, y enseñémosles que pedir ayuda es un acto de coraje, no de flaqueza. Desprendámonos de las cargas emocionales que nos impiden avanzar, para poder acompañar a nuestros hijos en su propio camino de crecimiento y resiliencia.

Es fundamental aprender a detectar lo invisible. La depresión, en muchas ocasiones, se manifiesta de forma sutil: cansancio persistente, aislamiento social, pérdida de interés en actividades que antes disfrutaban, irritabilidad, alteraciones en el sueño y la alimentación. No debemos subestimar estos síntomas, atribuyéndolos a simples caprichos o mal humor. La depresión es una enfermedad seria que requiere atención profesional y, sobre todo, comprensión y apoyo familiar.

La psiquiatra Marian Rojas Estapé nos recuerda que la depresión es tratable si se diagnostica a tiempo. Y aquí, la familia juega un papel crucial. No podemos asumir que todo está bien simplemente porque nuestros hijos no verbalizan sus problemas. Debemos estar atentos, observar, escuchar con el corazón, crear un espacio seguro donde se sientan cómodos para compartir sus inquietudes.

Aquí les comparto cinco claves para marcar la diferencia:

  1. Comunicación abierta y honesta: Generemos un ambiente familiar donde hablar de emociones no sea un tabú. Preguntémosles cómo se sienten, escuchémosles sin juzgar, y validémosles sus emociones.

  2. Observación atenta: Prestemos atención a los cambios en su comportamiento, en sus hábitos, en su estado de ánimo. No ignoremos las señales de alerta, por sutiles que parezcan.

  3. Educación emocional: Enseñémosles a identificar y gestionar sus emociones, a desarrollar herramientas para afrontar la adversidad y a cultivar la resiliencia.

  4. Romper el estigma: Hablemos abiertamente sobre la salud mental, normalicemos la búsqueda de ayuda profesional y desmitifiquemos la idea de que pedir ayuda es sinónimo de debilidad.

  5. Fomentar la conexión: Promovamos actividades que fortalezcan los vínculos familiares, que les permitan sentirse queridos, apoyados y comprendidos. El amor y la pertenencia son poderosos antídotos contra la desesperanza.

Educar para la vida es la misión más importante que tenemos como padres. No se trata solo de transmitir conocimientos académicos, sino de formar personas íntegras, capaces de amar, de pensar críticamente y de encontrarle sentido a su existencia. Cuando un hijo se siente amado y valorado, cuando descubre su propósito en la vida, se fortalece contra la desesperanza.

Recordemos: hablar salva, escuchar salva, acompañar salva. Seamos familias valientes, capaces de ofrecer esperanza en medio de la oscuridad, de sembrar amor donde otros siembran soledad. Cada gesto de cercanía, cada palabra de aliento, cada abrazo sincero, puede marcar la diferencia. Hagamos de la familia el mejor lugar para vivir.

Fuente: El Heraldo de México