
3 de septiembre de 2025 a las 23:10
Fragilidad: Puente al Cielo
En la cruz, Jesús, a punto de exhalar su último aliento, pronuncia dos frases que resuenan a través de los siglos: "Tengo sed" y "Todo está cumplido". Estas palabras, aparentemente sencillas, encierran la paradoja del momento más luminoso y oscuro de la vida del Hijo de Dios. No son las palabras de un héroe victorioso, sino las de un mendigo de amor, un Dios que no se avergüenza de pedir, que en su vulnerabilidad nos revela el verdadero significado del amor.
Lejos de ser una simple necesidad fisiológica, la sed de Jesús en la cruz simboliza un anhelo profundo de amor, de relación, de comunión. Es un recordatorio de que el amor verdadero no solo da, sino que también pide, que se nutre de la reciprocidad y la entrega mutua. En ese gesto de pedir, Jesús nos enseña que la humildad no es debilidad, sino la llave que abre las puertas del corazón. Nos invita a reconocer nuestra propia necesidad de amor y a expresarla sin vergüenza, porque en esa vulnerabilidad encontramos la conexión con lo divino.
"Todo está cumplido" no es la proclama de un conquistador, sino la serena aceptación de una misión realizada a través del amor. Un amor que se hizo necesitado, que se vació de sí mismo para llenarse del otro. Jesús no salva a través del poder o la fuerza, sino a través de la entrega incondicional, aceptando hasta el fondo la debilidad del amor. En la cruz, la aparente derrota se transforma en la victoria definitiva del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.
La lección que nos deja Jesús en la cruz es profunda y transformadora. Nos recuerda que la verdadera realización no se encuentra en el poder o la autonomía, sino en la apertura confiada a los demás, incluso a aquellos que nos son hostiles. La salvación reside en reconocer nuestra propia necesidad y expresarla con humildad, en la comprensión de que nadie puede salvarse por sí mismo. El pedir, lejos de ser indigno, es liberador, porque nos conecta con la fuente del amor y nos permite experimentar la plenitud de la vida.
La sed de Jesús en la cruz es también la nuestra. Es el grito silencioso de la humanidad herida, que busca constantemente el agua viva que sacie su sed de amor, de sentido, de trascendencia. Esa sed, en lugar de alejarnos de Dios, nos acerca a Él, nos une a su sufrimiento y nos abre el camino hacia la redención. Si tenemos el coraje de reconocer nuestra propia sed, nuestra propia fragilidad, descubriremos que en ella se encuentra el puente que nos conduce al cielo. Es en la aceptación de nuestra vulnerabilidad, en la humildad de pedir y en la entrega incondicional al amor, donde encontramos el verdadero sentido de la vida y la promesa de la salvación.
Fuente: El Heraldo de México