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3 de septiembre de 2025 a las 09:35

Educar para prevenir: un futuro sin riesgos

La premisa de José Martí, que nos recuerda que educar es depositar en cada ser humano la herencia de la humanidad, resuena con fuerza en el contexto actual. Sin embargo, esta transmisión de saberes no puede limitarse a una mera transferencia de datos. Debe, por el contrario, transformarse en una herramienta de prevención, una forma de anticipar y mitigar los riesgos que acechan a nuestros jóvenes. Pensemos en la violencia, las adicciones, la apatía cívica, el abandono escolar… Estas problemáticas no surgen de la nada, sino que se gestan silenciosamente en las grietas de nuestra sociedad, en las omisiones y las fracturas que a menudo ignoramos.

Hannah Arendt, con su lúcida mirada, ya nos advertía en "La crisis en la educación" sobre la responsabilidad intergeneracional que implica el acto de educar. Introducir a un nuevo ser humano en el mundo heredado, en ese complejo tejido de historias y circunstancias, exige un compromiso no solo con el presente, sino también con el futuro. En un mundo marcado por tensiones sociales y raciales, como el que ella analizaba, la educación se convierte en un baluarte contra la desintegración del tejido social. El aula, entonces, deja de ser un espacio de formación profesional para transformarse en una verdadera escuela de ciudadanía, donde se forjan no solo trabajadores, sino guardianes de lo común, individuos capaces de transformar la realidad que les rodea.

Martha Nussbaum, por su parte, nos alerta sobre los peligros de una educación desprovista de humanidades. En "Sin fines de lucro", argumenta que la ausencia de filosofía y arte debilita las democracias y allana el camino al autoritarismo. Su experiencia docente en Harvard le permitió observar cómo estudiantes brillantes, capaces de memorizar a Eurípides, carecían de la empatía necesaria para comprender el sufrimiento de sus personajes. Esta incapacidad para conectar con el otro, para ponerse en su lugar, es una señal de alarma que no podemos ignorar. Una educación que no cultiva la empatía nos condena a una sociedad fragmentada, incapaz de comprender y responder a las necesidades de sus miembros.

No se trata de meras especulaciones teóricas. La Organización Panamericana de la Salud ha demostrado que los programas educativos con enfoque preventivo pueden reducir la violencia juvenil hasta en un 30%. No hablamos de talleres aislados, sino de una transformación profunda del currículo, donde la prevención se convierta en un eje transversal. Educación emocional, alfabetización digital, resolución de conflictos, pensamiento crítico: estas son las herramientas que necesitamos para construir un futuro más seguro y equitativo.

El ejemplo de Finlandia, que ha integrado la mediación en las aulas desde la primaria, nos muestra que la prevención puede convertirse en un hábito cívico, en una forma de vida. Pero la prevención no se reduce a estadísticas y modelos. José Lezama Lima, en "La expresión americana", nos invita a pensar la educación como una apertura a lo imprevisible, como la capacidad de "conjurar lo oscuro mediante la imagen". Ampliar el horizonte de lo imaginable, explorar los mundos posibles, es también una forma de prevenir, de evitar la clausura del espíritu y la resignación ante la fatalidad. La prevención, desde esta perspectiva, adquiere una dimensión poética, la capacidad de vislumbrar la herida antes de que ocurra.

Educar en prevención es reconocer que ni el Estado ni ninguna otra institución pueden sustituir el papel fundamental de la escuela y la familia. Un maestro atento a las señales de retraimiento de un alumno puede evitar una deserción; una madre que participa en un círculo comunitario de lectura fortalece la resiliencia de su hijo frente a las drogas. La prevención, silenciosa en su forma, es un poderoso motor de transformación social.

Schopenhauer afirmaba que la salud es condición de toda vida posible. De la misma manera, la prevención es la salud de la educación, el cimiento sobre el que se construye todo lo demás. Pensar la educación como prevención no es un lujo teórico, sino una urgencia civilizatoria. En cada aula, en cada familia, se libra una batalla por un futuro más justo, más seguro, más humano. De esa batalla depende no solo el futuro de nuestros estudiantes, sino la posibilidad misma de preservar la dignidad de nuestra vida en común.

Fuente: El Heraldo de México