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3 de septiembre de 2025 a las 09:25

Domina la etiqueta real

La parafernalia política, ese teatro de consignas y símbolos, se ha convertido en un espectáculo cuidadosamente orquestado. Lejos de ser expresiones espontáneas del fervor popular, las consignas se han transformado en herramientas de marketing político, en un meticuloso ejercicio de branding que busca, ante todo, la identificación y la adhesión, no a una ideología, sino a una marca. Observamos cómo los partidos políticos invierten recursos, no en la construcción de una base social sólida a través del diálogo y la propuesta, sino en la movilización de masas y en la creación de coreografías políticas que se asemejan más a un espectáculo publicitario que a una genuina manifestación de apoyo popular. El "acarreo", ese término tan arraigado en nuestra política, se convierte en la prueba fehaciente de esta realidad.

La consigna, convertida en cantinela, se presenta como un interesante caso de estudio semiológico. El famoso "Es un honor estar con Obrador" trasciende la simple expresión de apoyo y se convierte en un símbolo, en un mantra que define la identidad del movimiento. La incorporación del "hoy" cuando el nombre del líder cambia –"Es un honor estar con Claudia hoy"– revela la fragilidad de la adhesión, su carácter condicional y transitorio, en contraste con la lealtad absoluta y perenne profesada hacia el fundador del movimiento. Una sutil pero poderosa diferencia que habla de la construcción de un liderazgo personalista y de la instrumentalización del apoyo popular.

Y qué decir de la apropiación de la simbología indígena. La utilización de elementos como flores, caracoles, copal y ramas en ceremonias que se autodenominan "indígenas" se convierte en un acto de apropiación cultural, una simplificación y homogenización de la rica y diversa cosmovisión de los pueblos originarios. Se busca la "legitimidad" a través de la estética, de la escenificación de un indigenismo superficial que no busca el diálogo ni la comprensión, sino la construcción de una imagen, de un branding que se pretende diferente y transgresor. La entrega del bastón de mando, despojado de su significado ancestral y convertido en un mero accesorio político, ilustra perfectamente esta dinámica. No se trata de reconocer la pluralidad cultural del país, sino de apropiarse de una simbología para diferenciarse de la "estética globalizada" de gobiernos anteriores. Se construye una identidad política a partir de la exotización de la cultura indígena.

La contradicción entre el discurso de la austeridad y la práctica de una élite política que disfruta de los placeres de restaurantes de lujo, pone en evidencia la hipocresía que subyace a muchos de estos discursos. La incongruencia entre lo que se predica y lo que se hace se convierte, paradójicamente, en otro elemento del branding político. Se vende una imagen de cercanía con el pueblo mientras se perpetúan las prácticas de una clase política desconectada de la realidad social. Este tipo de contradicciones, lejos de debilitar la imagen del movimiento, parecen reforzarla, creando una narrativa en la que la élite política se presenta como "del pueblo" a pesar de sus privilegios. Es un juego perverso de construcción de identidades políticas que se alimenta de la simplificación, la apropiación cultural y la contradicción.

Fuente: El Heraldo de México