
2 de septiembre de 2025 a las 22:40
Piel bella, muerte cruel.
La historia de Laxmi nos estremece y nos obliga a reflexionar sobre la violencia doméstica, un monstruo silencioso que se esconde tras las puertas de muchos hogares. Un monstruo que, en este caso, se alimentó de la inseguridad y la baja autoestima, manipulando a una mujer hasta llevarla a una muerte atroz. La crueldad de Kishan Lal, quien se burló del color de piel y el peso de su esposa durante años, supera cualquier límite imaginable. Usar la promesa de una crema aclaradora, un símbolo de la presión social que sufren muchas mujeres por ajustarse a cánones de belleza impuestos, como arma para un acto tan brutal, es un acto de perversidad inaudita. Imaginen la confianza que Laxmi depositó en su esposo, la esperanza de una mejor versión de sí misma, pisoteada de la manera más vil.
Este caso, lamentablemente, no es un hecho aislado. Nos recuerda la vulnerabilidad de muchas mujeres que viven bajo el yugo de la violencia doméstica, a menudo en silencio, por miedo, por dependencia económica o por la presión social que las obliga a mantener las apariencias. ¿Cuántas Laxmis más estarán sufriendo en silencio, esperando una ayuda que quizás nunca llegue? Es imperativo que, como sociedad, rompamos el silencio que protege a los agresores. Debemos crear redes de apoyo reales y efectivas para las víctimas, fomentar la denuncia y asegurar que las autoridades actúen con contundencia. La educación también juega un papel crucial: es fundamental enseñar desde temprana edad el respeto, la igualdad y la no violencia en las relaciones.
La sentencia a muerte de Kishan Lal, si bien puede ser vista como un acto de justicia, no devuelve la vida a Laxmi ni borra el sufrimiento que padeció. La pena capital no es la solución al problema de la violencia doméstica. Es un parche, una respuesta tardía a una tragedia que pudo haberse evitado. La verdadera justicia reside en la prevención, en la creación de una sociedad donde las mujeres se sientan seguras, valoradas y respetadas, libres de la amenaza de la violencia en sus propios hogares.
El caso de Laxmi debe ser un llamado a la acción. No podemos permitir que la indiferencia y la impunidad sigan cobrándose vidas. Debemos trabajar incansablemente para erradicar la violencia doméstica y construir un futuro donde todas las mujeres puedan vivir con dignidad y en paz. La memoria de Laxmi y de tantas otras víctimas nos obliga a no bajar la guardia. Es nuestra responsabilidad como sociedad asegurarnos de que ninguna mujer vuelva a sufrir un destino tan cruel. ¿Qué estamos haciendo, individual y colectivamente, para que esto no se repita? Esa es la pregunta que debemos hacernos hoy.
Fuente: El Heraldo de México