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2 de septiembre de 2025 a las 21:45
Horror: Adolescente ataca a su ex
La brutalidad del ataque ha conmocionado a Bolivia. Una joven de 17 años, en la flor de la vida, ve su futuro marcado por las cicatrices físicas y emocionales infligidas por su expareja. El hecho, ocurrido en Oruro, nos obliga a confrontar una realidad dolorosa: la violencia de género sigue latente, acechando en las sombras, y muchas veces, detrás de la puerta de lo que alguna vez fue un hogar, un refugio, un espacio de amor. Este caso, lamentablemente, no es un hecho aislado. Las estadísticas nos muestran un panorama desolador, donde las mujeres, y en particular las jóvenes, son víctimas de una violencia sistemática que no distingue estratos sociales ni niveles educativos.
El relato de los hechos hiela la sangre. Un llamado, una amenaza, la premonición de un peligro inminente. Y luego, la irrupción violenta en la intimidad del hogar, el cuchillo como arma, la furia desatada contra un cuerpo indefenso. La imagen de la joven despertando tras el ataque, con el rostro desfigurado y el cuerpo lacerado, es una imagen que nos interpela como sociedad. ¿Qué falla en nuestros mecanismos de prevención? ¿Cómo es posible que un joven de 17 años llegue a tal extremo de violencia? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo si no somos capaces de proteger a nuestras hijas, a nuestras hermanas, a nuestras amigas?
La toxicidad de la relación, mencionada en los reportes, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la educación emocional, de enseñar a nuestros jóvenes a construir relaciones sanas, basadas en el respeto y la igualdad. La posesión, los celos, la incapacidad de aceptar un "no" como respuesta, son síntomas de una cultura machista que aún permea nuestra sociedad. Es crucial desmontar estos patrones de comportamiento desde la raíz, desde la educación en la familia, en las escuelas, en los medios de comunicación.
El agresor, también un adolescente, se encuentra detenido. Su futuro, al igual que el de su víctima, está marcado por este acto de violencia. La justicia deberá determinar su situación legal, pero más allá de la pena que se le imponga, es fundamental preguntarnos qué tipo de rehabilitación necesita, qué tipo de acompañamiento requiere para comprender la gravedad de su acto y para evitar que vuelva a repetirse.
La recuperación de la joven, tanto física como psicológica, será un proceso largo y complejo. Las cicatrices en su rostro y en su cuerpo sanarán con el tiempo, pero las heridas emocionales requerirán de un apoyo integral, de un acompañamiento profesional, de la contención de su familia y de una sociedad que le brinde la oportunidad de reconstruir su vida. No la dejemos sola en este camino. Su lucha es la lucha de todas. Es la lucha por un futuro libre de violencia, donde las mujeres puedan vivir sin miedo, donde el amor no sea sinónimo de dolor.
El caso de Oruro nos recuerda la urgencia de fortalecer las políticas públicas de prevención y atención a las víctimas de violencia de género. Necesitamos más recursos para los centros de acogida, para la atención psicológica, para la capacitación de las fuerzas del orden. Necesitamos una justicia que actúe con celeridad y con perspectiva de género. Y sobre todo, necesitamos una sociedad comprometida con la erradicación de la violencia contra las mujeres, una sociedad que no mire hacia otro lado, que no tolere la violencia en ninguna de sus formas. El futuro de nuestras hijas, de nuestras hermanas, de nuestras amigas, depende de ello.
Fuente: El Heraldo de México