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2 de septiembre de 2025 a las 12:55

Despierta tus Recuerdos

La mirada extranjera, esa capacidad de observar con la frescura de quien descubre un mundo nuevo, ha sido un motor constante en la historia del arte. Mariana Yampolsky, norteamericana de nacimiento pero mexicana de corazón, encarnó esta perspectiva a la perfección. A cien años de su llegada al mundo, su legado fotográfico nos invita a redescubrir la magia de lo cotidiano, la belleza profunda de las raíces mexicanas y la poética del silencio.

Llegada a México en 1944, Yampolsky no solo cruzó una frontera geográfica, sino que se adentró en un universo cultural que la cautivó por completo. Sus estudios en Ciencias Sociales le brindaron una lente analítica, pero fue su sensibilidad innata la que le permitió conectar con la esencia de los pueblos originarios. A través de su cámara, no se limitó a documentar, sino que interpretó, con una mirada poética y profundamente respetuosa, la vida, las tradiciones y la cosmovisión de estas comunidades.

Su obra, ampliamente reconocida por su valor etnográfico, trasciende la mera descripción. Influenciada por figuras como Leopoldo Méndez, Tina Modotti y Lola Álvarez Bravo, Yampolsky desarrolló un estilo propio, capaz de capturar la atmósfera, la emoción y la historia que se escondían detrás de cada rostro, cada objeto, cada paisaje. Su maestría residía en la espera paciente del instante preciso, en la búsqueda de la luz perfecta que revelara la verdadera esencia de lo que observaba.

Más allá de los retratos, Yampolsky encontró en los objetos cotidianos un lenguaje propio. Un sombrero colgado, un tendedero con ropa, una alacena… en sus fotografías, estos elementos se transforman en símbolos de la presencia humana, de la intimidad, del paso del tiempo. Dotó de vida a lo inanimado, convirtiendo lo mundano en extraordinario.

Su fascinación por el maguey, planta emblemática de México, se refleja en una serie de imágenes que van más allá de la representación botánica. Desde el "Maguey herido" hasta el "Trampantojo", Yampolsky explora las múltiples facetas de esta planta, convirtiéndola en un símbolo de resistencia, de vida y de conexión con la tierra.

Uno de los aspectos más conmovedores de su obra es su exploración de los cementerios. Lejos de la visión macabra, Yampolsky encuentra en estos espacios una poética de la vida y la muerte. Sus fotografías, bañadas por una luz suave y melancólica, transforman las tumbas y las cruces en testimonios de la memoria, de la historia y de la continuidad de la vida.

La donación de su vasto archivo a la Universidad Iberoamericana, con más de 70,000 negativos, constituye un tesoro invaluable para México y el mundo. Declarado patrimonio documental por la UNESCO, este acervo permite seguir explorando la riqueza y la complejidad de su mirada, un legado que a cien años de su nacimiento, sigue inspirando y conmoviendo. Mariana Yampolsky, la fotógrafa que encontró en México su hogar y su musa, nos dejó un testimonio visual único, una invitación a mirar con los ojos del corazón, a descubrir la belleza en lo simple y a celebrar la vida en todas sus manifestaciones.

Fuente: El Heraldo de México