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2 de septiembre de 2025 a las 12:40

Conecta con el "otro" a través de la fotografía.

La obra de Mariana Yampolsky trasciende la simple captura de imágenes; es una oda a la vida cotidiana de México, un canto a la dignidad humana que resuena en cada fotografía. No se trata de una mirada romántica que idealiza la pobreza, sino de una profunda conexión con las personas, con sus historias y su resiliencia. Yampolsky, con su lente perspicaz, nos invita a ser testigos de la alegría en los gestos más sencillos, de la riqueza cultural que se teje en las comunidades rurales, a menudo olvidadas por la vorágine de la modernidad. Su enfoque, lejos de la "porno miseria", se centra en la fuerza del individuo, en la belleza de la tradición y en la persistencia de la esperanza.

Nacida en Chicago pero con el corazón arraigado en México, Yampolsky encontró en nuestro país un lienzo para su arte, un espacio donde su sensibilidad y su compromiso social florecieron. Su legado, marcado por la influencia de sus abuelos migrantes y su formación en el Taller de la Gráfica Popular, la convirtió en una pionera, la primera mujer en ser admitida en este espacio de creación y resistencia. Allí, rodeada de artistas comprometidos con las causas sociales, su pasión por la fotografía se fusionó con una visión de izquierda, dando como resultado una obra potente y conmovedora.

Su trabajo con niños, ancianos y mujeres revela una profunda empatía y respeto. No se limita a observar, sino que interactúa, enseña y juega, creando un vínculo de confianza que se refleja en la naturalidad de sus retratos. En sus fotografías, las manos curtidas por el trabajo, los pies descalzos sobre la tierra y los objetos cotidianos se convierten en símbolos de una vida llena de significado. El blanco y negro, elegido con precisión, no es solo una decisión estética, sino una declaración de principios. Permite realzar la belleza de los rostros morenos, controlar la luz y la sombra, y construir narrativas visuales cargadas de historia social, lejos de la superficialidad del color asociado a la publicidad.

La meticulosidad de Yampolsky se manifiesta en su proceso creativo. Antes de fotografiar, estudiaba la geografía, la vida cotidiana y las dinámicas sociales de las comunidades. Este acercamiento, del macro al micro, le permitía comprender el contexto y conectar con las personas a un nivel más profundo. Sus series fotográficas son un testimonio de esta paciencia y de su capacidad para construir historias visuales a partir de la observación detallada.

Más allá de documentar la vida rural, Yampolsky también capturó las transformaciones culturales de su época: la llegada de productos extranjeros, la evolución de la arquitectura y la lucha por preservar las tradiciones. Su ojo crítico registró la influencia de la globalización en las comunidades, el desplazamiento de lo artesanal por lo industrial, la inevitable intrusión de la modernidad en el tejido social de México.

Las hojas de contacto, testigos silenciosos de su proceso creativo, revelan la maestría de Yampolsky en la composición, la selección de planos y la creación de encuadres que capturan la espontaneidad de sus sujetos. Su legado, como una semilla sembrada en tierra fértil, ha influenciado a generaciones de fotógrafos y documentalistas. Su mirada, su método y su ética han inspirado una escuela de artistas comprometidos con la justicia social y la representación digna de las comunidades.

En el centenario de su nacimiento, recordamos a Mariana Yampolsky no solo como una fotógrafa excepcional, sino como una mujer que nos enseñó a mirar con empatía, a dignificar lo cotidiano y a celebrar la riqueza cultural de México. Su obra, un mosaico de historias y rostros, permanece como un testimonio de la fuerza del espíritu humano y la belleza que se esconde en los rincones más apartados de nuestro país. Su fotografía, inmune al paso del tiempo, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia mirada y a conectar con la esencia de lo humano.

Fuente: El Heraldo de México