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2 de septiembre de 2025 a las 15:05

Acambay: ¿Nuevo peligro sísmico para CDMX?

El temblor de Acambay de 1912, un evento sísmico que sacudió al Estado de México con una magnitud de 6.9, nos recuerda la constante amenaza que representa la actividad tectónica para la región central de México, incluyendo la densamente poblada Ciudad de México. Si bien el epicentro se localizó en Acambay, la devastación que causó –destruyendo la totalidad de las casas y cobrando la vida de más de un centenar de personas– ilustra la vulnerabilidad no solo de las poblaciones cercanas a la falla, sino también de la capital del país.

La falla de Acambay-Tixmadejé, protagonista de este evento, es una fractura geológica activa que atraviesa el Estado de México de este a oeste. Su naturaleza "normal", como la definen los geólogos, implica un desplazamiento vertical de los bloques de terreno que separa, creando un paisaje de elevaciones y depresiones. Esta falla, junto con otras de la región como la de Epitacio Huerta y Pastores/Venta de Bravo, forma un sistema tectónico complejo que mantiene a las poblaciones del norte del Estado de México en un estado de riesgo sísmico latente.

La vulnerabilidad, sin embargo, no es un factor exclusivamente geológico. Como bien señala el investigador Jafet Quintero, de la UNAM, la vulnerabilidad se construye. Factores como la densidad poblacional, el tipo de construcciones, la planificación urbana y la preparación de la población ante desastres, juegan un papel crucial en la magnitud del impacto de un sismo. En el caso de la Ciudad de México, su ubicación en un antiguo lago le confiere un suelo lacustre que amplifica las ondas sísmicas, aumentando el riesgo. A esto se suma la enorme concentración de habitantes y edificaciones, que multiplican las posibilidades de daños en caso de un terremoto.

Si bien la Ciudad de México ha implementado medidas de prevención y protocolos de actuación ante sismos, tras la experiencia del terremoto de 1985, la situación en el Estado de México es diferente. La expansión urbana que ha experimentado la entidad en las últimas décadas ha creado nuevas zonas vulnerables que no han sido sometidas a la misma rigurosidad en materia de prevención sísmica. La falta de simulacros generalizados y la posible existencia de construcciones que no cumplen con las normas de seguridad antisísmica, son factores que incrementan la vulnerabilidad.

El sismo de Acambay de 1912, aunque ocurrido hace más de un siglo, nos deja una valiosa lección: la posibilidad de sismos de gran magnitud en la región central de México es real. No se trata de alarmar, sino de concientizar y promover una cultura de prevención. Es fundamental fortalecer los sistemas de alerta temprana, mejorar las normas de construcción, realizar simulacros periódicos y educar a la población sobre cómo actuar ante un evento sísmico. Solo así podremos minimizar el impacto de futuros terremotos y proteger la vida y el patrimonio de las comunidades.

La investigación científica, como la que realiza Jafet Quintero y otras instituciones, es vital para comprender la dinámica de las fallas geológicas y evaluar el riesgo sísmico. Conocer la historia sísmica de la región, identificar las zonas de mayor peligro y estudiar el comportamiento del suelo, nos permite tomar decisiones informadas para construir ciudades más resilientes y prepararnos para enfrentar los desafíos que la naturaleza nos presenta. La memoria del sismo de Acambay, con sus trágicas consecuencias, debe servirnos como un recordatorio constante de la importancia de la prevención y la preparación.

Fuente: El Heraldo de México