
1 de septiembre de 2025 a las 12:45
Sorrentino vuelve a Venecia con nueva película
El regreso de Paolo Sorrentino a Venecia siempre genera expectativas, y este año con La Grazia no ha sido la excepción. La película, protagonizada por el inseparable Toni Servillo, nos presenta un Sorrentino en una nueva fase, quizás más reflexivo, más contenido, pero igual de fascinante. Se percibe una madurez en su cine, una búsqueda interior que se traduce en una estética menos recargada, más depurada, donde los silencios y los planos largos cobran una nueva dimensión. Si bien reconocemos su sello inconfundible, hay una evolución palpable, una apuesta por la sutileza que no sacrifica la profundidad emocional.
Servillo, en la piel del presidente de la República Italiana, nos entrega una interpretación magistral, llena de matices y de una fragilidad conmovedora. Lejos de la estridencia de Berlusconi en Loro o la solemnidad papal de The New Pope, aquí encarna a un hombre abrumado por el peso de la responsabilidad, un líder que se debate entre el deber y la duda, una figura que, en palabras de Sorrentino, representa la idealización de lo que un político debería ser: alguien que vive la política como una vocación casi religiosa.
La trama, que gira en torno a un proyecto de ley sobre la eutanasia, no se limita a un debate político, sino que explora la complejidad de la libertad individual, el derecho a decidir sobre la propia vida. Sorrentino, con maestría, utiliza la política como un telón de fondo para explorar la angustia existencial, la exasperación del ser humano frente a las circunstancias límite. No se trata de un panfleto a favor o en contra de la eutanasia, sino de una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre las decisiones que nos definen y las consecuencias que acarrean. El director nos coloca frente al dilema, nos invita a cuestionarnos, pero evita tomar partido, dejando al espectador la tarea de encontrar sus propias respuestas.
La relación padre-hija, un tema recurrente en la filmografía de Sorrentino, adquiere en La Grazia una importancia capital. La hija del presidente, Aurora, no es un personaje real, sino una representación simbólica de las nuevas generaciones, una voz que interpela al poder, que cuestiona el statu quo. Anna Ferzetti, con una interpretación contenida pero firme, da vida a esta figura que, a pesar de su juventud, ejerce una influencia decisiva en las decisiones del presidente. Es en este diálogo intergeneracional donde se encuentra uno de los puntos más conmovedores de la película, una confrontación entre la experiencia y la esperanza, entre el peso del pasado y la promesa del futuro.
El humor, un elemento característico del cine de Sorrentino, se manifiesta en La Grazia de una manera más sutil, casi imperceptible. La escena del rapero Guè, desconcertante y a la vez fascinante, es un ejemplo de esta nueva forma de humor, más introspectiva, más cercana al absurdo. Es un humor que no busca la carcajada fácil, sino que nos invita a reflexionar, a cuestionar lo establecido.
En definitiva, La Grazia es una película que confirma la madurez de Paolo Sorrentino como cineasta. Una obra que nos invita a la reflexión, que nos conmueve y nos perturba, que nos deja con preguntas más que con respuestas. Una película que, sin duda, marcará un hito en su filmografía.
Fuente: El Heraldo de México