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1 de septiembre de 2025 a las 09:45

Descubre la verdad oculta

La historia de Marcial Maciel y la Legión de Cristo nos confronta con una realidad escalofriante que trasciende el simple diagnóstico clínico. No se trata únicamente de la patología individual, del desvío sexual o la compulsión incontrolable. Nos encontramos ante una perversión del poder, una construcción sistemática del mal que se enquista en las estructuras mismas de la institución. La "enfermedad", si es que podemos llamarla así, se convierte en una herramienta, en una excusa para justificar lo injustificable.

Maciel no fue un hombre vencido por sus impulsos, sino un estratega que instrumentalizó su posición, su carisma y la fe de miles para construir un imperio de silencio y abuso. Supo tejer una red de complicidades que se extendía hasta los más altos escalones de la jerarquía católica. Con una frialdad aterradora, manipuló conciencias, extorsionó y silenció a sus víctimas, amparado en la sacrosanta imagen de la Iglesia. El dinero fluía, los favores se repartían y la verdad se enterraba bajo un manto de impunidad.

¿Cómo es posible que un sistema, supuestamente dedicado a la búsqueda del bien y la protección de los más vulnerables, se convierta en un refugio para depredadores? La respuesta, dolorosa y compleja, reside en la corrupción del poder. El poder absoluto corrompe absolutamente, y en el caso de Maciel y sus cómplices, este poder se disfrazaba de santidad, de devoción y de servicio a Dios. Los votos de silencio, la castidad impuesta y la retórica del perdón se transformaron en armas para silenciar a las víctimas y perpetuar el ciclo de abuso.

La maldad de Maciel no reside únicamente en sus actos individuales, sino en la creación de un sistema que normalizó y protegió el abuso. No se trata de una serie de incidentes aislados, sino de una estrategia deliberada para mantener el control y el poder. La complicidad de la institución, el silencio cómplice de quienes sabían y miraban hacia otro lado, son tan culpables como el propio abusador.

La paradoja radica en que, si bien la enfermedad puede explicar un impulso, no puede justificar un sistema de abuso. Maciel y sus cómplices eran conscientes de sus actos, calculadores y metódicos en su perversión. No eran víctimas de sus impulsos, sino arquitectos de su propia impunidad.

El caso de la Legión de Cristo nos obliga a mirar más allá del individuo y a examinar las estructuras de poder que permiten que la maldad florezca. Es un llamado a la reflexión, a la transparencia y a la rendición de cuentas. No basta con condenar al individuo, es necesario desmantelar los sistemas que lo protegen y construir una cultura de protección y justicia para las víctimas. La verdadera sanación no llegará hasta que se rompa el silencio y se exponga la podredumbre que se esconde tras los muros de la impunidad. La verdad, por dolorosa que sea, es el primer paso hacia la justicia y la reparación.

Fuente: El Heraldo de México