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25 de agosto de 2025 a las 10:00
Evita la tragedia: Asegura tu futuro.
La sombra de los destructores estadounidenses se cierne sobre las costas venezolanas, una presencia imponente que evoca fantasmas del pasado y enciende las alarmas en el presente. Más de seis mil efectivos militares, una fuerza abrumadora, se presentan bajo la bandera de la lucha contra el narcotráfico, con el supuesto Cártel de los Soles y Nicolás Maduro como objetivos principales. Sin embargo, esta narrativa oficial, pregonada a bombo y platillo desde Washington, se desdibuja ante un análisis más profundo, dejando al descubierto una serie de interrogantes inquietantes. ¿Es realmente la lucha contra el narcotráfico el motor de esta movilización? ¿O se esconde tras ella una agenda oculta, impulsada por intereses geopolíticos y la sed de recursos?
La acusación contra Venezuela, proveniente de la nación que ostenta el título del mayor consumidor de drogas del mundo, resulta paradójica, por decir lo menos. Estados Unidos, sumido en una crisis de opioides que devasta a su población, señala con dedo acusador a un país que lucha por su soberanía. La hipocresía es palpable, el cinismo desborda. Mientras la retórica de la "guerra contra las drogas" se utiliza como justificación para la intervención, la realidad interna de Estados Unidos revela una sociedad fracturada, corroída por la adicción y la desigualdad. El imperio necesita un enemigo externo para desviar la atención de sus propios problemas, y Venezuela, con sus reservas petroleras y su posición estratégica, se convierte en el chivo expiatorio perfecto.
La designación de los cárteles latinoamericanos como organizaciones terroristas, una maniobra orquestada por la administración Trump, proporciona el marco legal para esta escalada militar. El Departamento de Defensa, con amplios poderes para combatir la supuesta amenaza transnacional, se convierte en un instrumento de política exterior, listo para intervenir en países soberanos bajo el pretexto de la seguridad nacional. Y en este escenario, la derecha venezolana, ávida de poder y carente de escrúpulos, se presenta como aliada incondicional de Washington, dispuesta a sacrificar la soberanía de su propio país con tal de alcanzar sus ambiciones políticas. Un peligroso juego de poder se desarrolla en el Caribe, con consecuencias impredecibles para la región.
La respuesta de Venezuela no se ha hecho esperar. La movilización de millones de milicianos, la prohibición de drones y las denuncias de injerencia imperialista son señales claras de la firmeza del gobierno de Maduro ante la amenaza. Cuba y China, aliados estratégicos de Venezuela, han condenado enérgicamente el despliegue naval estadounidense, advirtiendo sobre el riesgo de una desestabilización regional. Brasil y México, por su parte, han hecho un llamado a la moderación, conscientes del potencial destructivo de una escalada militar en el Caribe.
El discurso oficial, plagado de referencias a la libertad, la justicia y la lucha contra el narcotráfico, no puede ocultar la verdadera naturaleza de esta operación: una demostración de fuerza por parte de Estados Unidos, una reafirmación de su hegemonía en la región. El petróleo, la geopolítica y el control de recursos estratégicos son los verdaderos motores de esta intervención. El "sheriff" global actúa sin ley, ofreciendo recompensas y profiriendo amenazas, ignorando la soberanía de las naciones y el derecho internacional.
Las consecuencias de un error de cálculo, de una acción precipitada, podrían ser catastróficas. Venezuela, un país con un pueblo noble y resiliente, se vería sumida en el caos, la violencia y el sufrimiento. La crisis humanitaria, ya existente, se agravaría exponencialmente, generando un éxodo masivo y una desestabilización regional sin precedentes. Es imperativo actuar con prudencia, con cabeza fría, para evitar que Venezuela se convierta en un escenario de guerra, en un cementerio que arrastre consigo a toda la región. El futuro de Venezuela, y el de América Latina, está en juego.
Fuente: El Heraldo de México