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13 de agosto de 2025 a las 09:30

Domina el Cartón: Guía Definitiva

La historia del jefe policial en San Luis Potosí, fallecido en 2010, nos recuerda la crueldad invisible del crimen organizado. No fueron las balas las que acabaron con su vida, sino el terror infligido a través de cartulinas con amenazas, una tortura psicológica que lo consumió hasta el infarto. Este método, tan perverso como efectivo, demuestra que el poder del crimen no reside únicamente en la fuerza bruta, sino también en la capacidad de sembrar miedo y controlar a través de la intimidación. Es un recordatorio escalofriante de cómo la violencia trasciende lo físico y se infiltra en la mente, carcomiendo la tranquilidad hasta quebrar la voluntad.

El caso de la maestra en Veracruz, mencionado por la gobernadora, evoca esa misma crueldad. Aunque la causa médica de la muerte haya sido un infarto, la raíz del problema, el detonante del miedo que posiblemente desencadenó la tragedia, fue el secuestro a manos del crimen organizado. Minimizar la situación, atribuyéndola únicamente a un problema de salud, es una omisión grave que ignora el contexto de violencia y el sufrimiento infligido a la víctima. Es una forma de silenciar el terror que padeció, de invisibilizar la responsabilidad del Estado en garantizar la seguridad y de deshumanizar a la víctima, reduciéndola a un diagnóstico médico.

En un país marcado por la violencia, las palabras de las autoridades adquieren un peso simbólico ineludible. Decir que alguien murió "de un infarto" cuando fue precedido por un secuestro orquestado por el crimen organizado es una distorsión de la realidad. Es como intentar borrar las huellas del delito, diluir la responsabilidad de los victimarios y abandonar a las víctimas a un limbo de injusticia. Es un acto que no solo revictimiza a la maestra y a su familia, sino que también envía un mensaje de impunidad a la sociedad: el mensaje de que el miedo puede silenciar la verdad.

Esta narrativa oficial, que busca suavizar la realidad, se convierte en cómplice de la violencia. Al negar la verdadera naturaleza del crimen, se le otorga al crimen organizado un poder aún mayor: el poder de manipular la narrativa, de borrar su propia culpa y de sembrar la duda en la sociedad. Se crea un clima de incertidumbre donde las víctimas temen hablar, donde la justicia se vuelve esquiva y donde el miedo se convierte en la norma.

La lucha contra el crimen organizado no se limita a la persecución y captura de delincuentes. Requiere, fundamentalmente, un compromiso con la verdad, una valentía para nombrar las cosas como son, sin eufemismos ni medias tintas. Exige líderes que reconozcan el dolor de las víctimas, que no minimicen el impacto de la violencia y que asuman la responsabilidad del Estado en proteger a sus ciudadanos. De lo contrario, seguiremos viviendo bajo la sombra del miedo, sometidos a los "cartulinazos" del silencio y la impunidad.

Fuente: El Heraldo de México