
22 de julio de 2025 a las 12:45
La Noche Triste: Secretos de Popotla
La Noche Triste, un episodio envuelto en la bruma del tiempo y la leyenda, continúa fascinando y generando debate siglos después. Mucho se ha escrito sobre la desbandada española en Tenochtitlán, la lluvia torrencial, la pérdida de hombres y caballos, y el llanto desconsolado de Hernán Cortés bajo un ahuehuete. Pero, ¿cuánto de esto es historia y cuánto mito? La figura del Árbol de la Noche Triste, rebautizado recientemente como Árbol de la Noche Victoriosa, se erige como un símbolo, un testigo silencioso de un pasado convulso. Su existencia misma es objeto de controversia, alimentando la discusión entre historiadores y arqueólogos.
Eduardo Matos Moctezuma, una autoridad en la materia, pone en duda la mención del árbol en los relatos originales de Cortés y Bernal Díaz del Castillo, sembrando la incertidumbre sobre su verdadera relevancia en el siglo XVI. La hipótesis de Matos apunta a Manuel Gamio como posible propagador de la leyenda, imaginándolo junto al ahuehuete, transmitiendo la historia de la derrota española a un joven Miguel León-Portilla. Esta imagen, casi cinematográfica, nos transporta a un momento clave en la construcción de la narrativa histórica mexicana.
A pesar de la falta de evidencia contundente sobre su existencia en el siglo XVI, el ahuehuete de Popotla ya aparecía en crónicas y representaciones artísticas del siglo XIX. El óleo de José María Velasco, "Árbol de la Noche Triste", pintado en 1885, inmortaliza la imagen del árbol, consolidando su presencia en el imaginario colectivo. Manuel Rivera Cambas, en su obra "México pintoresco, artístico y monumental" de 1880, nos ofrece una descripción detallada del "monumento de Popotla", destacando el interés de la población por su conservación, especialmente tras el incendio de 1872.
La anécdota del fragmento del árbol enviado a España en 1865, actualmente resguardado en el Museo Naval de Madrid, añade otra capa de intriga a la historia. Imaginemos a Genaro Perogordo, separando un trozo del legendario ahuehuete para enviarlo al otro lado del océano, un acto simbólico cargado de significado. Los esfuerzos por proteger el árbol, utilizando lápidas del Panteón de Santa Paula en 1871 y materiales de la Cárcel Nacional de Belén en 1905, demuestran la importancia que se le otorgaba.
Las excavaciones de Gamio en 1909 y su interés por el entorno del árbol contrastan con el olvido que sufrió en el siglo XX, culminando con el devastador incendio de 1980. A pesar de todo, el tronco superviviente, con su placa conmemorativa y su inclusión en el catálogo de monumentos históricos del INAH, permanece como un símbolo, un recordatorio tangible de un pasado que continúa resonando en el presente. La Noche Triste, con sus luces y sombras, sus verdades y mitos, sigue interpelándonos, invitándonos a reflexionar sobre la construcción de la historia y la persistencia de la memoria colectiva.
Fuente: El Heraldo de México