
22 de julio de 2025 a las 16:30
Horror: Ataque con hacha tras pedir divorcio
La tensión se palpaba en el aire. El día 21 de julio se tiñó de gris para una joven que, inmersa en el proceso de divorcio, recibía constantes amenazas de su expareja. El miedo, un fantasma invisible, la acompañaba en cada paso, haciéndole sentir la fragilidad de su propia existencia. Ante el temor fundado de que las palabras se convirtieran en actos, pidió a dos compañeros de trabajo que la escoltaran al salir de su jornada laboral. Una premonición, un sexto sentido, la impulsó a buscar esa protección, esa pequeña barrera contra la violencia que la acechaba.
Las cámaras de seguridad, testigos silenciosos del drama que estaba a punto de desarrollarse, captaron la llegada de la joven al ascensor, flanqueada por sus compañeros. La aparente calma del pasillo contrastaba con la tempestad que se gestaba a escasos metros. En las imágenes, aunque fragmentadas por el intermitente abrir y cerrar de las puertas del ascensor, se observa la figura amenazante del exesposo, un hacha en su mano, un reflejo de la furia contenida que amenazaba con estallar. Esperaba agazapado, como un depredador al acecho de su presa, el momento preciso para desatar su ira.
El instante en que las puertas metálicas se abrieron, la realidad se transformó en una pesadilla. El hacha descendió con violencia, dirigida al compañero que se encontraba al frente, en un intento desesperado por alcanzar a la mujer que se refugiaba en el interior del elevador. Un movimiento instintivo, una reacción casi sobrehumana, permitió al compañero esquivar el golpe mortal. La escena, grabada a fuego en la memoria de los presentes, se desarrolló en fracciones de segundo. La suerte, el destino o quizás la simple voluntad de sobrevivir, se aliaron con el joven.
En un acto de valentía, mientras esquivaba el hacha, el compañero, que llevaba una porra oculta tras su espalda – una herramienta de trabajo que en ese momento se convirtió en un instrumento de defensa –, la empuñó con firmeza. El segundo compañero, sin dudarlo, se unió a la lucha, forcejeando con el agresor para arrebatarle el arma. La imagen del hacha pasando de una mano a otra, en una danza macabra, quedó plasmada en las grabaciones, un testimonio mudo de la ferocidad del ataque y la determinación de quienes se opusieron a él.
En medio del caos, la mujer permaneció dentro del ascensor, un espacio que en ese instante se convirtió en su santuario, su refugio ante la tormenta que se desataba en el exterior. Las puertas del ascensor, abriéndose y cerrándose, como un telón que se levanta y se baja en una obra de teatro trágica, ocultaron parcialmente el enfrentamiento. Sin embargo, las imágenes fragmentadas son suficientes para comprender la magnitud del peligro y la valentía de los dos compañeros que arriesgaron sus vidas para proteger a su colega.
El segundo compañero, en el fragor de la lucha, sufrió una herida en el rostro, una cicatriz que le recordará para siempre el día en que se enfrentó a la violencia desatada. Un precio alto, pero sin duda menor al que podrían haber pagado si la furia del agresor hubiera alcanzado su objetivo.
Este suceso nos recuerda la importancia de tomar en serio las amenazas de violencia, especialmente en el contexto de relaciones de pareja rotas. La rápida actuación de los compañeros de trabajo, su valentía y la presencia de las cámaras de seguridad, fueron cruciales para evitar una tragedia. Un recordatorio también de que la violencia de género no es un asunto privado, sino un problema social que nos exige estar alerta y actuar con determinación para proteger a las víctimas. La solidaridad, en ocasiones, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Fuente: El Heraldo de México