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12 de junio de 2025 a las 17:55

Terror en Buenavista: Explosivos siembran caos

El terror se adueñó de La Ruana. La noche del martes y la madrugada del miércoles, el rugido de los "monstruos" –esos vehículos modificados y blindados que se han convertido en símbolo del narco–, desgarró la tranquilidad de la tenencia Felipe Carrillo Puerto, en Buenavista, Michoacán. No fueron simples disparos. Fue una lluvia de balas, una tormenta de fuego que hizo temblar los cimientos de las casas y los corazones de sus habitantes. El zumbido amenazante de los drones, convertidos en improvisados bombarderos, añadía una capa extra de pánico a la escena dantesca. Imaginen el horror: familias enteras, niños aterrados, buscando refugio bajo las camas mientras las paredes se estremecían con cada detonación. Enrique, un niño de apenas 12 años, lo vivió en carne propia. Su testimonio es desgarrador: "Se escuchaba una grita por donde sea… los niños estaban llorando, no hallábamos qué hacer". El sonido de las balas, los impactos, los gritos desesperados… una sinfonía del miedo que resonará por mucho tiempo en su memoria.

No se trató de un simple enfrentamiento. Fue una embestida brutal. Testigos hablan de más de cien hombres armados, una fuerza abrumadora que sembró el caos y la destrucción. Rogelio, un comerciante local, recuerda cómo ocultó a su pequeña hija bajo la cama mientras las balas acribillaban las casas. "Era dentro del pueblo… siempre, normalmente, era en las orillas, pero esta vez fue distinto”, comenta con la voz aún teñida de angustia. La violencia se adentró en el corazón de la comunidad, rompiendo la frágil barrera que separaba la vida cotidiana del terror.

Ante la ausencia de las autoridades, la historia se repitió. Los pobladores, cansados del abandono, volvieron a tomar las armas que habían guardado con la esperanza de no volver a usarlas. Doce años después, la autodefensa resurgió como último recurso ante la indolencia del Estado. "Los soldados no salieron… nos dejaron solos, nos abandonaron", denuncia Altagracia, una madre de familia cuya voz refleja la indignación y el desamparo de toda una comunidad. ¿De qué sirve una base militar si sus ocupantes permanecen impasibles mientras el pueblo es atacado?

El recorrido por La Ruana es un testimonio mudo de la barbarie. Casas con las fachadas marcadas por las balas, techos perforados, láminas retorcidas… huellas de una violencia que se niega a desaparecer. Las familias, temerosas de represalias, prefieren el silencio. El miedo se ha convertido en un habitante más de La Ruana, un fantasma que recorre las calles y se instala en cada hogar. La pregunta que queda flotando en el aire es: ¿cuánto tiempo más tendrán que vivir con el terror como compañero inseparable? La respuesta, lamentablemente, parece estar en manos de una autoridad ausente.

Fuente: El Heraldo de México