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12 de junio de 2025 a las 09:30

Ondeando con orgullo: La bandera

La presencia de la bandera mexicana ondeando en las protestas angelinas ha generado un intenso debate, cargado de interpretaciones encontradas. Algunos la ven como una provocación, un símbolo de nostalgia por un país que dejaron atrás y una falta de respeto a la nación que los acoge. "Si tanto extrañan México, ¿por qué no regresan?", se preguntan, alimentando un discurso que simplifica la complejidad migratoria y la reduce a una cuestión de apego nacional. Esta postura ignora las profundas raíces que impulsan a muchos a dejar su tierra, desde la violencia generalizada que azota sus comunidades, hasta la imposibilidad de un retorno digno debido a las restricciones legales, como la sección 212(a)(9)(B) de la Immigration and Nationality Act, que puede prohibir el reingreso por hasta una década. ¿Cómo se le puede exigir a alguien que regrese a un lugar donde su vida corre peligro, o donde simplemente las puertas legales se les han cerrado?

Pero la bandera mexicana en el contexto angelino trasciende la simple añoranza. Es un grito de resistencia, una afirmación de identidad en un espacio donde a menudo se les intenta invisibilizar. No se trata de un anhelo por el pasado, sino de una lucha por el presente, por el derecho a existir y ser reconocidos en el aquí y ahora. Es un acto performativo que, como bien señala W.J.T. Mitchell, convierte a la imagen en un actor social, al igual que la bandera soviética o la palestina, símbolos que han trascendido las fronteras geográficas para representar luchas universales por la justicia y la dignidad.

Para los migrantes mexicanos, especialmente aquellos que enfrentan la amenaza constante de las redadas del ICE, la bandera se convierte en un escudo simbólico, un recordatorio de sus raíces y una declaración de que, a pesar de la adversidad, pertenecen a este espacio. No es casualidad que sean ellos, quienes con su trabajo contribuyen a la economía del estado más rico de la nación, los que se encuentren en la primera línea de fuego de las políticas migratorias más agresivas.

Lejos de ser una provocación, la bandera mexicana en las calles de Los Ángeles es una interpelación, una demanda de visibilidad en un sistema que busca silenciarlos. Jacques Rancière, en su obra "El desacuerdo", define la política como la irrupción de aquellos a quienes se les ha negado la voz. El acto de ondear la bandera es precisamente eso, una irrupción en el espacio público, una forma de desafiar el silencio impuesto y reclamar su derecho a ser escuchados.

Es un símbolo complejo, cargado de significados que van más allá de la simple nostalgia. Representa una identidad mestiza, una herencia cultural irrenunciable que resiste el borrado. Puede ser utilizada incluso como una crítica al propio Estado mexicano, pero al mismo tiempo, es un vínculo innegable con su historia y su cultura.

El debate sobre la bandera mexicana en las protestas angelinas no debe centrarse en la supuesta falta de patriotismo hacia Estados Unidos, sino en la exclusión sistemática que sufren estos migrantes. Se trata de un acto de resistencia, una forma de re-visualizar al migrante y exigir su derecho a existir, no solo físicamente, sino también en el ámbito simbólico, donde se construye la realidad. No es nostalgia, no es provocación, es la voz de los que han sido silenciados, ondeando al viento como un testimonio de su dignidad. Es la afirmación de que, a pesar de todo, “también aquí pertenezco”.

Fuente: El Heraldo de México