
12 de junio de 2025 a las 23:25
Niño perdido en Trolebús elevado, policías lo rescatan
La angustia palpable se respiraba en el aire de la estación Constitución de 1917. El bullicio habitual de la Línea 10 del Trolebús elevado, en la populosa alcaldía de Iztapalapa, parecía silenciado por la preocupación que emanaba de un pequeño rostro perdido. Un niño, solo, vagaba entre la multitud, ajeno al ritmo frenético de la ciudad, perdido en un mundo propio. Sus ojos, aunque llenos de una inocencia conmovedora, reflejaban una desorientación que no pasó desapercibida para los uniformados de la Policía Auxiliar (PA) de la SSC-CDMX.
En medio del ir y venir de los usuarios, los oficiales, siempre vigilantes, detectaron la vulnerabilidad del menor. Su presencia solitaria, sin la compañía de un adulto, encendió la alarma en sus mentes entrenadas para identificar situaciones de riesgo. Con la cautela y la sensibilidad que demanda el trato con menores, se acercaron al pequeño, intentando romper la barrera invisible que parecía aislarlo del mundo exterior.
La comunicación no fue sencilla. Los intentos de diálogo revelaron la posible presencia de autismo, un espectro que requiere una comprensión y un acercamiento especiales. Los policías, demostrando una admirable empatía, adaptaron su lenguaje y sus gestos, priorizando la creación de un ambiente de confianza y seguridad para el niño.
Conscientes de la importancia de brindarle confort y estabilidad en esos momentos de incertidumbre, los oficiales no se limitaron a resguardarlo. Con una calidez humana que trasciende el deber, le ofrecieron alimentos y bebidas, pequeños gestos que hablan de una gran vocación de servicio. Su prioridad era clara: asegurar el bienestar del menor mientras se activaban los protocolos para localizar a su familia.
El siguiente paso fue crucial: trasladar al pequeño al Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA), un refugio seguro para quienes han perdido su rumbo en la inmensidad de la ciudad. Allí, paramédicos especializados lo examinaron, confirmando su buen estado de salud, un alivio para todos los involucrados.
La espera, aunque tensa, no fue larga. La angustia de una madre se materializó en la figura de una joven de 26 años que llegó al CAPEA con el corazón en un puño. La imagen de su hijo, mostrada por los oficiales a los usuarios del trolebús, fue el puente que los unió de nuevo. El reconocimiento fue instantáneo, un abrazo cargado de emociones encontradas: alivio, gratitud y la alegría inmensa del reencuentro.
Tras la firma de la bitácora de hechos, un mero trámite administrativo que contrastaba con la profunda significación del momento, la madre pudo llevarse a su hijo a casa. Sus palabras de agradecimiento, dirigidas a los oficiales de la PA, resonaron en el aire, un testimonio del impacto positivo que la labor policial puede tener en la vida de las personas. Este episodio, aparentemente pequeño en la escala de la gran ciudad, nos recuerda la importancia de la solidaridad, la empatía y la vocación de servicio, valores que encarnan a diario los hombres y mujeres que velan por nuestra seguridad. Una historia con final feliz, un recordatorio de que, incluso en medio del caos urbano, siempre hay espacio para la esperanza y la humanidad.
Fuente: El Heraldo de México