La liberación de Juana Hilda, ordenada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), ha resonado como un trueno en el sistema judicial mexicano, no solo por la magnitud del fallo, sino por las implicaciones que conlleva. Veinte años tras las rejas, veinte años de una vida robada bajo la sombra de la tortura y la violación sistemática de sus derechos humanos. El caso Wallace, como se le conoce popularmente, se tambalea sobre sus cimientos, agrietado por la contundencia de la "exclusión probatoria". Este concepto, clave para comprender el alcance de la decisión de la Corte, implica la invalidación de cualquier prueba obtenida mediante tortura. En el caso de Juana Hilda, esto significa que su confesión, arrancada bajo coacción, pierde toda validez, dejando al descubierto la fragilidad de un proceso construido sobre la arena de la injusticia.

José Mario de la Garza Marroquí, abogado y presidente de la fundación Perteneces, califica este fallo como histórico, un hito en la lucha contra la impunidad y la tortura en México. Sus palabras, pronunciadas en entrevista para "Noticias de la Tarde con Lupita Juárez", de El Heraldo Televisión, resuenan con la fuerza de la verdad: "Todo el sistema permitió que esto pasara, permitió la construcción de una narrativa de culpabilidad donde reinaba la inocencia". La sombra de la duda se cierne ahora sobre el resto de los procesados en el caso Wallace, cuyas sentencias se basaban, en gran medida, en las confesiones de Juana Hilda.

La liberación de Juana Hilda no es solo un triunfo para ella, es una victoria para todos aquellos que luchan por un sistema judicial justo e imparcial. Es un llamado a la reflexión sobre la fragilidad de un sistema que permite la tortura como método de obtención de pruebas. Es una luz de esperanza en la oscuridad de la impunidad.

La expectativa se centra ahora en el engrose de la sentencia, en el documento final que detallará los pormenores de la decisión de la Corte. Este documento, como una hoja de ruta, marcará el camino a seguir en la revisión de los demás casos relacionados con el caso Wallace. ¿Qué sucederá con aquellos que fueron condenados basándose en las confesiones ahora invalidadas? ¿Se hará justicia finalmente? Las preguntas flotan en el aire, cargadas de incertidumbre, mientras la sociedad mexicana observa con atención el desenlace de este capítulo crucial en la historia de la justicia del país. De la Garza Marroquí lo anticipa: "Veremos mucho más de qué hablar". Y es que el caso Wallace, lejos de cerrarse, abre una nueva etapa, una etapa donde la verdad, sepultada bajo años de irregularidades, busca emerger a la luz.

El impacto de este fallo trasciende las paredes de los tribunales. Es un mensaje contundente para las fuerzas del orden, un recordatorio de que la justicia no puede construirse sobre la base de la violación de los derechos humanos. Es una llamada a la revisión de los protocolos de investigación, a la erradicación de la tortura y a la construcción de un sistema judicial sólido, basado en la verdad y el respeto a la dignidad humana. El caso de Juana Hilda es un espejo que refleja las fallas del sistema, pero también la capacidad de la justicia para, aunque tardíamente, corregir sus errores. Es un precedente que, sin duda, marcará un antes y un después en la lucha contra la impunidad en México.