
12 de junio de 2025 a las 09:30
El rostro oculto de Tennessee Williams
El teatro, ese espacio de encuentro entre la realidad y la ficción, se encuentra en constante evolución. Diego del Río, un director joven pero prolífico, ha logrado posicionarse como un puente entre el teatro comercial y el teatro de búsqueda, apostando por un estilo que prioriza la accesibilidad y el entretenimiento. Su propuesta, alejada de la densidad y la introspección, busca conectar con un público amplio, especialmente en tiempos donde la asistencia a los teatros ha disminuido. Su fórmula, que apuesta por lo seguro y lo taquillero, plantea una interrogante: ¿es posible acercar nuevos públicos al teatro sacrificando la complejidad y la profundidad de las obras?
La reciente puesta en escena de "Un tranvía llamado deseo" en el Teatro del Bosque “Julio Castillo” genera controversia. Presentar una obra clásica del repertorio universal en un teatro institucional con un enfoque tan comercial resulta, cuanto menos, curioso. La decisión de Del Río de adaptar la obra de Tennessee Williams a un lenguaje más ligero y humorístico, con recursos propios del teatro comercial, plantea una serie de cuestionamientos sobre la fidelidad al texto original y el respeto a la esencia de la obra.
La obra, que sufrió un retraso de 45 minutos por problemas técnicos, se desarrolla en un escenario en formato de arena, con una fuerte presencia musical que crea atmósferas e imágenes ilusorias. El coro, con sus voces y percusiones, logra una efectiva introducción al mundo de la ficción. Sin embargo, el desarrollo posterior del drama, con un tono sarcástico y humor a veces chocante, genera dudas sobre la necesidad de estas concesiones al público. ¿Subestima Del Río la capacidad del espectador para comprender la complejidad del drama original? ¿Es necesario recurrir a la simplificación y al humor para asegurar el éxito de taquilla?
Modificar la obra de un autor como Tennessee Williams, buscando una supuesta adaptación a la contemporaneidad, resulta un atrevimiento. Si bien no se trata de considerar intocable a ningún dramaturgo, es fundamental respetar la esencia de su obra, ese núcleo de pensamiento que la hace trascender. En esta versión, el tono original de Williams se pierde en favor de muletillas humorísticas, descuidando personajes cruciales como Stanley, reducido a una figura casi decorativa.
La actualización del personaje de Stella también resulta innecesaria. La crítica al machismo, presente con fuerza en el texto original, se diluye en esta versión. La tensión sexual y la violencia, elementos clave en la relación entre Blanch y Stanley, se esconden detrás de un humor que distrae y rompe la tensión dramática. La interpretación de Marina de Tavira, a pesar de su talento, se ve afectada por estas intervenciones humorísticas que parecen incomodarla.
El elenco, conformado por actores de gran talento, logra el propósito de la puesta en escena y se gana el aplauso del público que llenó el teatro. Sin embargo, el éxito de taquilla no debería ser el único criterio para valorar una obra. La propuesta de Del Río, si bien efectiva para atraer nuevos públicos, plantea la necesidad de un debate sobre los límites de la adaptación y la importancia de preservar la esencia de las obras clásicas. ¿Es el entretenimiento a cualquier precio el camino para revitalizar el teatro? ¿O es posible encontrar un equilibrio entre la accesibilidad y el respeto a la complejidad del arte dramático? La discusión queda abierta.
Fuente: El Heraldo de México