
12 de junio de 2025 a las 09:10
Domina tu Yo Interior
Nos encontramos inmersos en una cultura obsesionada con el "yo". Un "yo" amplificado, vulnerable y omnipresente, exhibido como una performance, una declaración política, incluso un estilo de decoración. La identidad, en su versión actual, ha mutado de una herramienta de autoconocimiento a un mecanismo de autoexplotación. Se ha convertido en una estética, una marca personal, una búsqueda incesante de pertenencia que nunca se satisface del todo. En su libro Against Identity: The Wisdom of Escaping the Self, Alexander Douglas disecciona esta saturación, no desde la nostalgia o el resentimiento, sino desde una perspectiva filosófica austera, incluso impopular: la posibilidad de que el "yo" sea una mera ilusión, una entidad inexistente.
Lejos de la incendiaria retórica habitual, Douglas presenta sus argumentos con una calma y razonamiento a veces excesivamente sobrios. Su objetivo no es acumular "likes" ni provocar polémicas superficiales, sino generar una profunda incomodidad que nos obligue a cuestionar nuestras convicciones más arraigadas. Su premisa es simple pero radical: la "identidad" no es una esencia inherente ni una construcción social, sino una superstición perpetuada por hábitos mentales y sociales. Es el resultado de complejas capas de deseo, imitación, miedo y narrativa. En definitiva, una ficción útil que hemos confundido con la realidad.
A diferencia de otros filósofos contemporáneos que abordan las tensiones del multiculturalismo y la política de la identidad desde el derecho o la teoría crítica, Douglas se apoya en tres figuras poco convencionales: Zhuangzi, Spinoza y René Girard. No los yuxtapone de forma artificial, sino que permite que sus voces se entrelacen en un sutil murmullo contra la absolutización de la identidad. De Zhuangzi rescata la idea de la indiferenciación, ejemplificada en la fábula del sabio que sueña ser una mariposa y al despertar se pregunta si es un hombre que soñó ser mariposa o una mariposa que sueña ser un hombre. De Spinoza, la noción de un sistema sin sujeto, donde todo lo que somos son modos finitos de una sustancia infinita. Y de Girard, la demoledora crítica al deseo mimético: no deseamos desde un "yo" autónomo, sino desde la imitación de nuestros modelos. El resultado es una elegante deconstrucción del mito de la autenticidad.
Es importante destacar que Douglas no se burla de quienes luchan por su lugar en el mundo a través de la afirmación identitaria. Simplemente advierte sobre los peligros de absolutizar esa lucha, de convertir el "yo" en un objeto sagrado e intocable, cuando en realidad es una ficción permeable. Su propuesta implica una ética de la humildad: quizá exista mayor libertad en dejar de intentar ser alguien a toda costa.
La valía de este ensayo reside en su negativa a ofrecer soluciones fáciles. No se trata de "desconectarse" ni de retirarse del mundo. No hay rastros de espiritualismo new age ni de cinismo desencantado. Se trata, más bien, de cultivar una forma de escepticismo, no hacia los demás, sino hacia uno mismo. ¿Hasta qué punto lo que creemos ser no es más que una acumulación de gestos aprendidos, de demandas externas internalizadas? ¿Qué ganamos y qué perdemos al renunciar a esa ilusión?
Naturalmente, surgen objeciones válidas. ¿Acaso la afirmación identitaria no ha sido una herramienta crucial para las luchas de las minorías, para visibilizar desigualdades históricas? ¿No existe el riesgo de que, al criticar el "yo", Douglas invisibilice las condiciones materiales que lo hacen necesario? Sin embargo, el libro no nos pide que renunciemos a las luchas, sino a la idea de que el "yo" es el centro desde el cual se define toda verdad. No es lo mismo afirmar que "la identidad no debe ser un absoluto" que decir que "la identidad no importa". Douglas defiende la primera premisa, y con razón.
Quizás el aspecto más incómodo de Against Identity no sea su crítica a la política contemporánea, sino su cuestionamiento de nuestra sensibilidad. En una época donde cada gesto se narra como un testimonio y cada experiencia se legitima moralmente por el solo hecho de ser vivida, este libro nos recuerda, sin estridencias, que el "yo" no es un fundamento inamovible. Es una forma, y como toda forma, puede abandonarse. "Escapar del yo" no significa dejar de sentir ni de luchar, sino aceptar que no somos la medida de todas las cosas. Que el "yo" es una ficción útil, sí, pero también potencialmente peligrosa.
Douglas no propone un mundo sin diferencias, sino un mundo menos obsesionado con ellas. No aboga por el silencio, sino por una palabra menos contaminada por el narcisismo. Su libro no es una respuesta, ni una terapia, ni una nueva identidad que adoptar. Es, en el mejor sentido de la palabra, una provocación filosófica. Y en estos tiempos, donde todo lo que decimos parece una defensa o un ataque, esa provocación es un soplo de aire fresco.
Fuente: El Heraldo de México