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12 de junio de 2025 a las 09:25

Descubre las marcas ocultas

El silencio en el aula puede ser ensordecedor. Más allá de las risas y el murmullo de los estudiantes, se esconden dramas invisibles, heridas que no sangran pero que duelen profundamente. El bullying, ese monstruo silencioso, ha extendido sus tentáculos en las escuelas mexicanas, dejando a su paso un rastro de angustia y desesperanza. Las cifras son alarmantes: un aumento del 205% en los reportes de acoso escolar entre 2019 y 2024, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México. No son solo números fríos, son rostros, historias de niños y niñas que ven su infancia arrebatada por la crueldad de sus pares.

Imaginemos a Fátima, una adolescente de 13 años, apasionada por el K-pop, cuya afición se convirtió en el blanco de burlas y agresiones. Su historia, que culminó trágicamente con su caída del tercer piso de su escuela, es un recordatorio doloroso de las consecuencias devastadoras del bullying. No podemos permitir que más Fátimas sean silenciadas por el miedo y la indiferencia.

La violencia se manifiesta de diversas formas: golpes, insultos, humillaciones, exclusión, ciberacoso… Un abanico de agresiones que se ceban, principalmente, en las adolescentes, muchas de ellas entre los 12 y 15 años, una etapa crucial en su desarrollo emocional y social. La Ciudad de México, el epicentro de esta problemática, concentra el 74% de los casos, con delegaciones como Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Álvaro Obregón a la cabeza. Pero la sombra del bullying se extiende también a otros estados como Puebla, Veracruz, Querétaro y Durango, demostrando que se trata de un problema nacional que requiere una respuesta contundente.

El aspecto físico, la apariencia, el color de piel, el sobrepeso, se convierten en pretextos para el acoso. Más del 58% de los casos, según el Instituto Electoral de la Ciudad de México (IECM), tienen su origen en estas características. Es una realidad dolorosa que nos obliga a reflexionar sobre los estereotipos y prejuicios que se reproducen en nuestra sociedad y que alimentan la discriminación.

Afortunadamente, en medio de este panorama desolador, existen organizaciones que luchan incansablemente para erradicar el bullying. La Fundación en Movimiento, por ejemplo, con programas innovadores como “Fuertes desde la raíz” y “Construyendo la Paz”, aborda la problemática desde la infancia, promoviendo la empatía, el respeto y la gestión emocional. Su Método FEM, que busca certificar escuelas como espacios libres de acoso, es una apuesta por una educación integral que priorice la salud mental y emocional de los estudiantes.

El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) coincide en la importancia de las habilidades socioemocionales. La empatía, la autorregulación y la resolución pacífica de conflictos son herramientas esenciales para la vida, tan importantes como las matemáticas o la lengua. Debemos formar ciudadanos capaces de construir comunidades más justas, inclusivas y resilientes.

La transformación educativa que necesitamos requiere de la participación activa de todos los actores involucrados: familias, docentes, autoridades educativas y sociedad en general. Necesitamos políticas públicas eficaces que prioricen la salud mental escolar, capacitación docente continua en la detección temprana del acoso y redes de apoyo sólidas para las víctimas. El Censo sobre bullying por apariencia física de la Fundación en Movimiento revela que uno de cada cinco encuestados ha faltado a clases por haber sufrido acoso y que el 35% no ha recibido ayuda. No podemos seguir ignorando su sufrimiento. Las aulas deben ser espacios seguros, refugios donde los niños y niñas puedan desarrollarse plenamente, sin miedo a ser juzgados, humillados o agredidos. El silencio ya no es una opción.

Fuente: El Heraldo de México