La indignación recorre las venas de San Cristóbal de Las Casas. Un video, crudo y violento, ha sacudido las redes sociales, mostrando la brutalidad con la que dos individuos agreden a un hombre en situación de calle. La escena, que transcurre a orillas de un canal de aguas negras en el barrio de Tlaxcala, zona de Jamaica, nos confronta con la vulnerabilidad de quienes viven en la marginalidad y la impunidad con la que algunos actúan.

El hombre, en evidente estado de ebriedad y acostado a la intemperie, se convierte en el blanco de la furia de estos dos sujetos. No hay provocación visible, solo la crueldad gratuita de quienes parecen disfrutar infligiendo dolor. Las imágenes son estremecedoras: uno de los agresores, con una frialdad que hiela la sangre, levanta dos enormes piedras, de más de 20 centímetros, y las arroja con saña sobre la espalda del indefenso hombre. El impacto, seco y contundente, resuena en la grabación y en la conciencia de quienes la presenciamos. La posibilidad de lesiones graves, incluso daños en la columna vertebral, es escalofriante.

Pero la violencia no se limita a la agresión física. El agresor, lejos de mostrar arrepentimiento, celebra su acto con un baile grotesco, una muestra de desprecio que agrava aún más la indignación. Su cómplice, mientras tanto, se suma a la intimidación, confrontando verbalmente a la víctima. La escena revela una dinámica de poder perversa, donde la vulnerabilidad es sinónimo de impunidad.

Vecinos de la zona identifican a los agresores como miembros de una pandilla que opera en el barrio de Tlaxcala, sembrando el temor entre los transeúntes. Los robos violentos son, al parecer, su modus operandi, un flagelo que exige la atención inmediata de las autoridades. Este video, más allá de la indignación que provoca, debe servir como un llamado a la acción. No podemos permitir que la violencia se normalice, que la impunidad reine en nuestras calles.

La víctima, un hombre sin hogar, representa a tantos otros que viven al margen, expuestos a la violencia y la indiferencia. Su silencio ante la agresión, más que resignación, parece un reflejo del terror que paraliza ante la brutalidad. ¿Cuántas historias similares se ocultan tras la invisibilidad de la pobreza y la exclusión social?

El video concluye con la huida de los agresores en una camioneta roja sin placas, tras robar una botella de cerveza que se encontraba en el lugar. Un detalle que, lejos de trivializar la situación, reafirma la impunidad con la que actúan. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo seguiremos siendo testigos pasivos de la violencia que azota nuestras comunidades? Exigimos a las autoridades una investigación exhaustiva y la aplicación de la justicia. No podemos permitir que la barbarie se imponga. La vida y la dignidad de todas las personas, sin importar su condición social, deben ser protegidas.