El silencio de la mañana se rompió con el sonido inconfundible de los disparos. Un eco que resonó en los pasillos de la escuela BORG Dreierschuetzengasse, transformando un día cualquiera en una pesadilla imborrable. Los testimonios de quienes vivieron para contarlo dibujan una escena de terror y supervivencia, donde cada segundo fue una batalla contra la incertidumbre y el miedo.

Imaginen la angustia de una madre al otro lado del teléfono, escuchando en tiempo real la tragedia que se desarrollaba. Su hija, atrapada en el infierno de la balacera, le susurra con voz temblorosa: "Mamá, me disparan, creo que voy a morir". Palabras que se clavan como dagas en el corazón de cualquier padre, una impotencia desgarradora amplificada por la distancia y la falta de control. Dos horas de agonizante espera, dos horas en las que el silencio se convirtió en el peor enemigo, hasta la llegada de la noticia: su hija estaba viva. Un alivio inmenso, mezclado con la consternación de saber que su pequeña ha sido marcada para siempre por la sombra de la violencia.

Otro estudiante, con la frialdad que solo el instinto de supervivencia puede otorgar, se arrojó al suelo fingiendo estar muerto. Cada detonación, cada impacto de bala contra las paredes, era una puñalada en su esperanza. Minutos que parecieron una eternidad, un juego macabro donde la quietud y el silencio eran sus únicas armas. ¿Qué pensamientos habrán cruzado por su mente en esos instantes? ¿Habrá pensado en su familia, en sus amigos, en el futuro que le arrebataban?

Un profesor, atrincherado en un aula, se convierte en un escudo humano improvisado para proteger a sus alumnos. La incertidumbre lo corroe: ¿cuánto tiempo podrán resistir? ¿Lograrán salir con vida de esa trampa mortal? El sonido de los disparos, los gritos de terror, crean una atmósfera opresiva, un recuerdo imborrable que lo perseguirá por siempre.

Las palabras del Canciller Christian Stocker, "una tragedia nacional que ha sacudido profundamente a todo nuestro país", reflejan la conmoción colectiva. Un acto de violencia sin sentido que ha dejado una herida profunda en el alma de Austria. Más allá de las cifras, de los 10 fallecidos y los 28 heridos, se encuentran las historias personales, los traumas, el dolor de las familias que han perdido a sus seres queridos, la angustia de una comunidad que se pregunta cómo pudo suceder algo así. ¿Qué falló? ¿Cómo podemos evitar que se repita esta pesadilla? Preguntas que exigen respuestas urgentes, un llamado a la reflexión y a la acción para construir un futuro donde la violencia no tenga cabida en las aulas, ni en ningún otro lugar.