
11 de junio de 2025 a las 09:35
Infancia en riesgo: ¿Jugamos?
La nostalgia nos invade al recordar nuestras infancias. ¿Quién no evoca con una sonrisa las tardes interminables dedicadas a juegos improvisados, las risas compartidas con amigos y vecinos, la libertad de explorar el mundo a nuestro propio ritmo? Aquellos momentos, impregnados de alegría, aventura y una pizca de riesgo, forjaron no solo nuestros recuerdos más preciados, sino también las bases de quienes somos hoy. El juego, ese acto aparentemente sencillo, era en realidad un complejo proceso de aprendizaje, donde desarrollábamos habilidades sociales, resolvíamos problemas y dejábamos volar nuestra imaginación sin límites.
Hoy, lamentablemente, el panorama es diferente para las nuevas generaciones. El ritmo frenético de la vida moderna, la inseguridad en las calles que ha transformado nuestros espacios públicos, el alejamiento de la naturaleza y un sistema educativo que prioriza la memorización sobre la experiencia, han confinado el juego a un segundo plano. El tiempo para jugar se ha reducido drásticamente, limitando las oportunidades de las niñas, niños y jóvenes para explorar, descubrir y aprender a través de la experiencia.
Muchos, incluso padres y madres de familia, subestiman el poder del juego. Frases como “maestra, póngalo a trabajar porque no está haciendo nada, sólo está jugando” revelan una profunda incomprensión de la importancia crucial que tiene el juego en el desarrollo integral de un ser humano. La neurociencia, sin embargo, ha demostrado con creces el impacto positivo del juego en el desarrollo cognitivo, social, creativo, físico y emocional. Jugar no es perder el tiempo, es construir las bases para una vida adulta plena, donde la capacidad de resolver problemas, la resiliencia, el trabajo en equipo y la regulación emocional sean herramientas indispensables para prosperar.
Ante esta crisis del juego, la ONU ha declarado el 11 de junio como el Día Internacional del Juego, un llamado urgente a la reflexión y a la acción. Es necesario que gobiernos, instituciones educativas y familias comprendamos la importancia de integrar el juego en las políticas públicas, en los programas educativos y en la vida cotidiana de nuestros niños y niñas. El Estado Mexicano, en particular, tiene la obligación de garantizar el derecho al juego, consagrado en la Convención Universal de los Derechos del Niño.
El próximo mes, millones de estudiantes en México concluirán el ciclo escolar. Las vacaciones representan una oportunidad invaluable para recuperar el tiempo perdido y promover el juego como una herramienta de aprendizaje continuo. No permitamos que las pantallas sean la única compañía de nuestros niños. Incentivémoslos a explorar, a crear, a imaginar. El juego puede ocurrir en cualquier lugar: un charco bajo la lluvia, la sala de la casa transformada en un castillo, ollas y sartenes convertidos en instrumentos musicales. La imaginación es el límite.
En el ámbito educativo, debemos transformar las aulas en espacios de aprendizaje lúdico, donde la alegría y la experimentación sean los motores del conocimiento. La formación docente debe priorizar prácticas inspiradoras que integren el juego como una herramienta pedagógica fundamental. Jugar no es un lujo, es una necesidad. Jugar es aprender, y aprender jugando nos beneficia a todos.
Fuente: El Heraldo de México