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11 de junio de 2025 a las 18:50
Gigantes de la CDMX: 500 años de historia
La Ciudad de México, un crisol de modernidad y tradición, alberga en su corazón verdes guardianes que han presenciado el paso de los siglos. Mucho más que simples adornos del paisaje urbano, estos árboles monumentales son testigos silenciosos de la historia, símbolos de resiliencia y un recordatorio palpable de la importancia de preservar nuestro patrimonio natural. Tras el reciente caso de Laureano, el laurel de la India que movilizó a la ciudadanía en defensa de su existencia, vale la pena redescubrir la historia de otros gigantes verdes que, como él, han echado raíces en el alma de la capital.
El Sargento, o El Centinela, un ahuehuete de imponentes dimensiones que se alzaba majestuoso en el Bosque de Chapultepec, es quizás el más antiguo de estos venerables ancianos. La leyenda lo vincula con Nezahualcóyotl y Moctezuma I, imaginando al poeta rey plantándolo a petición del tlatoani para embellecer los jardines reales. Si bien su tronco ya no se yergue con la lozanía de antaño, sus restos, aún visibles en el bosque, nos susurran historias de un tiempo en que la ciudad apenas comenzaba a escribirse. Con más de cinco siglos de vida, El Sargento fue declarado árbol nacional en 1921, un título póstumo que reconoce su importancia en la identidad mexicana.
Otro gigante que ha dejado su huella en la memoria colectiva es el árbol de la Noche Victoriosa, anteriormente conocido como el árbol de la Noche Triste. Este ahuehuete, del cual solo quedan vestigios, fue testigo del llanto de Hernán Cortés tras la derrota sufrida a manos de los mexicas en 1521. El cambio de nombre, de la tristeza a la victoria, refleja una reinterpretación de la historia, un homenaje a la resistencia indígena y una reivindicación de la identidad mexicana. Aunque el árbol físico ya no existe, su recuerdo permanece vivo en la narrativa histórica de la ciudad.
A diferencia de El Sargento y el árbol de la Noche Victoriosa, Eugenio, un fresno de más de 150 años, aún se alza imponente en la colonia Del Valle. Con sus 30 metros de altura y un diámetro de 122 metros, este coloso verde ha visto crecer y transformarse a la ciudad a su alrededor. Declarado Patrimonio Natural y Cultural de la Ciudad de México en 2024, Eugenio es un ecosistema en sí mismo, albergando una gran diversidad de fauna y flora. Su preservación es un testimonio del compromiso de la ciudad con la protección de su riqueza natural.
Y finalmente, Laureano, el laurel de la India que ha protagonizado la lucha ciudadana más reciente por la defensa del arbolado urbano. Con un siglo de vida a sus espaldas, Laureano representa la importancia de la participación ciudadana en la preservación del medio ambiente. Su historia, que aún se escribe, nos recuerda que la defensa de nuestro patrimonio natural es una tarea colectiva y que cada árbol, por pequeño que parezca, tiene un valor incalculable.
Estos árboles, testigos silenciosos del devenir histórico de la Ciudad de México, nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza. Visitarlos, conocer sus historias y admirar su grandeza es una experiencia que nos conecta con las raíces de la ciudad y nos inspira a seguir protegiendo estos pulmones verdes que dan vida a la metrópoli. Son un legado invaluable que debemos preservar para las futuras generaciones.
Fuente: El Heraldo de México