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10 de junio de 2025 a las 09:10

Descubre el Nombre del Nuevo Régimen

El eco de la frase “lo que no se nombra no existe” resuena con especial fuerza en estos tiempos turbulentos. Si bien se originó en el movimiento feminista para visibilizar la opresión y la desigualdad, su alcance trasciende ese contexto. Hoy, ante la compleja realidad política que vivimos, callar ante las irregularidades y los retrocesos democráticos sería una grave omisión. Nombrar lo que ocurre, analizarlo y debatirlo es crucial para defender nuestras libertades.

Mucho se habla de un nuevo régimen, de un supuesto retroceso democrático. La narrativa oficial, por supuesto, lo niega. Se autoproclaman los adalides de la democracia, mientras que la oposición denuncia un proceso electoral cuestionable y contrario a los principios constitucionales. El alto porcentaje de votos nulos y la falta de incertidumbre en el resultado, son señales que invitan a la reflexión. La partidización del proceso y el cínico argumento de que la oposición "pudo participar y no lo hizo", rozan lo absurdo y evidencian una preocupante manipulación del discurso.

Comparar la situación actual con el pasado priista requiere un análisis profundo y matizado. Afirmar que el PRI nunca destruyó instituciones es una aseveración que requiere mayor sustento. Si bien es cierto que el PRI impulsó reformas importantes, también es innegable que su hegemonía estuvo marcada por prácticas autoritarias y clientelares. Sin embargo, juzgar el pasado con los estándares del presente puede llevar a conclusiones simplistas. Es necesario comprender el contexto histórico, las circunstancias y los valores de cada época.

La diferencia fundamental radica en la naturaleza del liderazgo. Mientras el PRI, a pesar de sus defectos, se configuró como una institución, el movimiento actual gira en torno a la figura de un caudillo. El poder se concentra en una sola persona, lo cual representa un riesgo para la democracia. Recordemos el momento en que Zedillo prometió una "sana distancia" con el PRI. Esa promesa, que debió ser el punto de partida para una verdadera reforma del poder, quedó en el aire.

El PRI, durante sus 70 años en el poder, cometió errores, pero también tuvo aciertos. Contribuyó a la estabilidad y la gobernabilidad del país, y creó instituciones que aún hoy siguen vigentes. Pagó sus errores en las urnas, como corresponde en un sistema democrático. En cambio, el movimiento actual, en tan solo 7 años, ha traicionado sus principios, socavando las bases de la República. La destrucción institucional y la concentración del poder son señales alarmantes que no podemos ignorar. El discurso de la austeridad republicana, si bien atractivo, no puede justificar el desmantelamiento de organismos autónomos y el debilitamiento de la oposición.

Aunque se intente ocultar, la realidad es palpable. Nos encontramos frente a un régimen que, bajo una fachada democrática, se asemeja cada vez más a una dictadura encubierta. La presencia de partidos satélite sirve únicamente para legitimar un sistema de partido hegemónico.

Sin embargo, los resultados en Veracruz y Durango nos dan un rayo de esperanza. Demuestran que el poder absoluto no es invencible. La ciudadanía tiene la capacidad de organizarse y resistir. Es nuestro deber alzar la voz, exigir transparencia y defender nuestras instituciones democráticas. El futuro del país está en juego.

Fuente: El Heraldo de México