El silencio de la tarde tucumana se quebró con los gritos desesperados que provenían de un humilde hogar. Una madre, presa de una aparente crisis nerviosa, se había atrincherado en su habitación con sus dos pequeños hijos, un bebé de meses y un niño de nueve años. Los vecinos, alarmados por la intensidad de los gritos y las amenazas que se filtraban a través de las paredes, no dudaron en alertar a las autoridades. La escena que se encontraron los agentes al llegar al domicilio era desgarradora: una mujer visiblemente alterada, aferrada a sus hijos, con la mirada perdida en un punto indefinido y un cuchillo en la mano.

Los intentos de diálogo por parte de la policía fueron en vano. La mujer, con la voz entrecortada por el llanto y la desesperación, aseguraba que sus hijos estaban poseídos, que eran la encarnación del mismísimo Lucifer. Amenazaba con acabar con sus vidas y luego con la suya propia si alguien intentaba acercarse. Hablaba de un plan, de una liberación necesaria, de un sacrificio que debía realizar para salvar sus almas. La tensión en el ambiente era palpable, cada segundo que pasaba aumentaba el temor de que la tragedia se consumara.

El caso, que conmocionó a la ciudad de Tucumán, dejó al descubierto una vez más la fragilidad de la salud mental y las consecuencias devastadoras que puede tener en el entorno familiar. Las autoridades, conscientes de la delicada situación, decidieron actuar con cautela. La Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinayf) tomó las riendas del operativo, conscientes de la urgencia de rescatar a los pequeños. No era la primera vez que se enfrentaban a un caso similar con esta familia. De hecho, ya contaban con una orden de aprehensión previa contra la madre, solicitada por el padre de los niños ese mismo día, quien había expresado su preocupación por la seguridad de sus hijos ante el comportamiento errático de la madre. Esto agregaba otra capa de complejidad al ya dramático escenario.

En un operativo perfectamente coordinado, los efectivos del Dinayf lograron ingresar a la vivienda y, en una rápida y sorpresiva acción, redujeron a la mujer, asegurando la integridad de los pequeños. El alivio se extendió entre los presentes al comprobar que los niños se encontraban físicamente ilesos, aunque sin duda marcados por la traumática experiencia. Mientras la madre era trasladada a la comisaría, con el cuchillo confiscado como prueba del inminente peligro al que había sometido a sus hijos, los pequeños eran puestos bajo la protección de las autoridades, iniciando así un largo proceso de recuperación y acompañamiento psicológico.

Este caso nos invita a reflexionar sobre la importancia de la atención a la salud mental, la necesidad de contar con redes de apoyo sólidas para las familias en situaciones vulnerables y la urgencia de abordar la problemática de la violencia intrafamiliar desde una perspectiva integral, que priorice la protección de los más vulnerables. El silencio y la indiferencia no pueden ser una opción cuando se trata de la vida y el bienestar de nuestros niños.