
10 de junio de 2025 a las 01:00
La cacería de migrantes de Trump
La sombra del discurso antimigrante se extiende sobre Estados Unidos, tejiendo una compleja red de implicaciones políticas, sociales y económicas que resuenan con fuerza en cada rincón del país. Desde las vibrantes calles de California hasta los pasillos del poder en Washington, la retórica incendiaria en torno a la migración ha encontrado un terreno fértil para germinar, polarizando a la sociedad y reavivando antiguos fantasmas de discriminación.
El debate migratorio, lejos de ser una novedad en el panorama político estadounidense, ha adquirido una virulencia inusitada en los últimos años. El tema, históricamente controvertido, se ha convertido en un arma arrojadiza en la arena política, utilizada con maestría por aquellos que buscan capitalizar el miedo y la incertidumbre. Figuras como Stephen Miller, arquitecto de políticas migratorias restrictivas, han emergido como símbolos de una línea dura que resuena en ciertos sectores de la población.
La movilización de la Guardia Nacional, un recurso extremo que no se veía desde 1965, ilustra la gravedad de la situación. La imagen de soldados patrullando las calles, un eco inquietante de épocas pasadas, nos recuerda la fragilidad del tejido social y la facilidad con la que la retórica del odio puede desatar la violencia. Los disturbios en Los Ángeles, un grito desesperado de una comunidad al límite, son un síntoma palpable de la tensión acumulada, una olla a presión a punto de estallar.
Pero más allá de las imágenes impactantes y las declaraciones incendiarias, se esconde una realidad compleja y multifacética. Los migrantes, etiquetados a menudo como una carga para el sistema, son en realidad un pilar fundamental de la economía estadounidense. Desde los campos de California hasta los restaurantes de Nueva York, su trabajo incansable alimenta las industrias y contribuye al crecimiento económico. Estudios en Texas, por ejemplo, demuestran que los migrantes, tanto documentados como indocumentados, generan un superávit fiscal, desmintiendo el mito de que representan un peso para las arcas públicas.
La paradoja es evidente: mientras se demoniza a los migrantes, se ignora su aporte crucial a la sociedad. Se construyen muros y se endurecen las leyes, pero se olvida que la fuerza de Estados Unidos reside precisamente en su diversidad, en su capacidad para abrazar diferentes culturas y aprovechar el talento de quienes llegan en busca de una vida mejor.
El discurso antimigrante, aunque políticamente rentable a corto plazo, siembra las semillas de la discordia y la división. A largo plazo, sus consecuencias podrían ser devastadoras, no solo para la imagen internacional del país, sino también para su propia estabilidad social y económica. La historia nos enseña que las sociedades que sucumben al miedo y la intolerancia terminan pagando un alto precio.
Es hora de elevar el debate, de superar la retórica simplista y abordar el tema migratorio con la seriedad y la complejidad que merece. Es hora de reconocer el aporte invaluable de los migrantes y de construir un futuro basado en la inclusión, la justicia y el respeto a la dignidad humana. El camino hacia una sociedad más justa y próspera pasa por reconocer nuestra interdependencia y abrazar la diversidad como una fuente de riqueza y fortaleza.
Fuente: El Heraldo de México