La sombra de la violencia de género se cierne una vez más sobre el Estado de México. Dos casos recientes, estremecedores en su brutalidad, nos recuerdan la fragilidad de la vida y la persistencia de una lacra que nos exige una respuesta contundente. Francisco David Domínguez Gutiérrez, condenado a 17 años y 6 meses por intentar quemar viva a su pareja, y Zefarino Carpizo Santillán, sentenciado a 55 años por feminicidio agravado, son la punta del iceberg de una problemática profundamente arraigada.

Si bien las sentencias dictadas ofrecen un atisbo de justicia, no podemos conformarnos con la mera aplicación de la ley. Debemos preguntarnos qué falla en nuestra sociedad para que estos actos de barbarie sigan ocurriendo. ¿Qué tipo de caldo de cultivo estamos creando para que la violencia se normalice y las mujeres vivan con el miedo constante a ser agredidas, incluso por aquellos que dicen amarlas?

El caso de Domínguez Gutiérrez, quien roció con gasolina a su pareja y estuvo a punto de prenderle fuego, nos habla de una escalada de violencia que, de no haber sido interrumpida por familiares, hubiera culminado en tragedia. Imaginemos el terror de esa joven, la desesperación ante la inminente amenaza de muerte, la traición de quien se suponía debía protegerla. Este caso, por sí solo, debería ser un llamado a la reflexión, una exhortación a la acción.

Por otro lado, el feminicidio perpetrado por Carpizo Santillán, quien disparó a su pareja durante una discusión, nos muestra la letalidad de la violencia machista. Un arranque de ira, un arma de fuego, y una vida truncada. La frialdad con la que se describe el acto, “detonó un arma de fuego contra la víctima”, contrasta con el dolor inimaginable que causó a la familia y amigos de la víctima.

Las estadísticas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública son alarmantes. El Estado de México, una vez más, encabeza la lista negra de feminicidios. 24 mujeres asesinadas por el simple hecho de ser mujeres en los primeros cuatro meses del 2025. Números que nos golpean con la crudeza de la realidad, números que representan vidas perdidas, sueños rotos, familias destrozadas. Municipios como Ecatepec, Chalco, Chimalhuacán y Cuautitlán Izcalli se convierten en escenarios de horror, lugares donde la violencia contra las mujeres se ha normalizado de manera aterradora.

No podemos seguir mirando hacia otro lado. La impunidad alimenta la violencia. Es necesario fortalecer las instituciones, capacitar a los funcionarios, y sobre todo, educar en la igualdad y el respeto. Necesitamos una transformación cultural que erradique de raíz la misoginia y la violencia machista. Debemos construir una sociedad donde las mujeres puedan vivir libres de miedo, donde sus derechos sean respetados y su vida valorada. El futuro de nuestro país depende de ello. No podemos permitir que la violencia siga robándonos a nuestras madres, hijas, hermanas, amigas. Es tiempo de actuar, es tiempo de decir basta.