La polémica en torno a los corridos tumbados y la supuesta apología al delito que hacen ha abierto un debate candente en la industria musical. Mientras algunos defienden la libertad de expresión artística y la tradición histórica del género, otros señalan la responsabilidad social de los artistas y las posibles consecuencias de sus letras. Germán Montero, reconocido exponente del regional mexicano, ha alzado la voz para expresar su desacuerdo con la prohibición de este subgénero y la cancelación de eventos. Sus declaraciones, realizadas antes de su participación en el 70 aniversario de la Sonora Santanera, han avivado aún más la discusión.

Montero argumenta que los corridos forman parte de la identidad mexicana y tienen una larga historia que se remonta a la Revolución. Comparar la situación actual con la época de Pancho Villa y Venustiano Carranza es una estrategia retórica poderosa que busca contextualizar el género y desvincularlo de la violencia actual. "El problema no radica en la música, sino en lo que está pasando en nuestro país", afirma con convicción, desplazando la responsabilidad hacia otros factores sociales y políticos. ¿Es la música un reflejo de la realidad o un catalizador de la misma? Este es el quid de la cuestión.

La prohibición de los corridos no solo afecta a los artistas, sino también a un público que se identifica con este género musical. La cancelación de eventos y la dificultad para obtener visas de trabajo en Estados Unidos, como ha sucedido con artistas como Los Alegres del Barranco, Julión Álvarez, Lorenzo de Monteclaro, Grupo Firme y Javier Rosas, genera un impacto económico considerable y priva a la comunidad latina en el extranjero de disfrutar de su música. Montero, a pesar de no haber experimentado estos problemas personalmente, se solidariza con sus colegas y lamenta la situación que enfrentan. "La música que llevamos a Estados Unidos es para todos los mexicanos, para todos los latinos, que esperan un poquito de nuestra tierra", declara, resaltando la importancia cultural y emocional de la música regional mexicana para la diáspora.

La pregunta que surge es: ¿dónde está el límite entre la libertad artística y la responsabilidad social? ¿Es justo censurar un género musical completo por el contenido de algunas canciones? ¿Se puede separar la obra del artista? El debate está abierto y las opiniones son divergentes. Lo que es innegable es que la controversia en torno a los corridos ha puesto en relieve la compleja relación entre la música, la cultura y la sociedad. La música, como forma de expresión artística, tiene el poder de reflejar, cuestionar y transformar la realidad. Sin embargo, también puede ser utilizada para promover mensajes negativos o incluso incitar a la violencia. Encontrar un equilibrio entre la libertad creativa y la responsabilidad social es un desafío constante, especialmente en un contexto social y político tan complejo como el actual. El futuro de los corridos y del regional mexicano en general dependerá de la capacidad de la industria musical, los artistas y la sociedad en su conjunto para abordar este debate de manera constructiva y encontrar soluciones que respeten tanto la libertad de expresión como la seguridad y el bienestar de todos.