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9 de junio de 2025 a las 09:35
Domina tu frustración
La frustración, esa sensación punzante de no alcanzar lo que deseamos, nos acompaña desde la cuna. Imaginen a un bebé, recién llegado al mundo, enfrentándose a la imposibilidad de satisfacer sus necesidades de forma inmediata. Este primer encuentro con la espera, con la demora de la gratificación, es la semilla de lo que luego llamaremos tolerancia a la frustración. Mucho se ha dicho sobre dejar llorar a los bebés, sobre la importancia de que "hagan pulmón" o aprendan a esperar. Estas creencias populares, transmitidas de generación en generación, encierran una verdad a medias. Si bien la espera es fundamental para el desarrollo emocional, un tiempo prolongado de llanto desatendido puede tener consecuencias negativas en el desarrollo cognitivo a largo plazo. No se trata simplemente de dejar llorar, sino de comprender las necesidades del bebé, de responder con sensibilidad y empatía a sus demandas.
La clave reside en el equilibrio, en la justa medida. Un bebé que recibe atención inmediata a cada gemido, a cada leve señal de incomodidad, no tiene la oportunidad de desarrollar la capacidad de espera, de gestionar la frustración. Crecerá con la expectativa de una satisfacción inmediata, desconociendo la valiosa lección de la paciencia. Por otro lado, un bebé cuyo llanto es ignorado sistemáticamente, experimenta una angustia profunda, una sensación de abandono que puede dejar huellas imborrables en su psiquismo. Imaginen la escena: el bebé llora porque tiene hambre, la mamila está lista, pero el cuidador, distraído, no la alcanza de inmediato. El bebé se calma momentáneamente, quizás succionando su dedo, pero la necesidad persiste. El llanto regresa, ahora con más intensidad. El cuidador, agobiado por la situación, no encuentra la solución. El bebé, exhausto, se duerme por un breve periodo, solo para despertar con una angustia aún mayor, un llanto desconsolado, pataletas, incluso rasguños. Finalmente, recibe el alimento, pero su reacción es de apatía o de agresividad, rechazando la mamila que antes anhelaba.
Este ejemplo ilustra cómo la espera excesiva genera emociones negativas, enojo, ira, incluso resentimiento. En el extremo, puede dar lugar a personalidades desconectadas de sus propias necesidades o, por el contrario, a individuos excesivamente demandantes, incapaces de gestionar la frustración. La tolerancia a la frustración se construye con pequeñas dosis de espera, con respuestas sensibles y atentas por parte de los cuidadores. No se trata de satisfacer todas las demandas de forma instantánea, sino de enseñar al bebé que la espera tiene un límite, que sus necesidades serán atendidas. Esta es la base de la confianza, de la seguridad emocional.
La frustración, en su justa medida, es el motor que nos impulsa a seguir adelante, a buscar soluciones, a perseverar en la consecución de nuestros objetivos. Es la chispa que enciende la creatividad, la que nos motiva a explorar nuevas posibilidades. Enseñar a esperar, a tolerar la frustración, es un regalo invaluable que les damos a los niños, una herramienta esencial para navegar las inevitables dificultades de la vida. Y es, al mismo tiempo, una invitación a los adultos a revisar nuestras propias reacciones ante la frustración, a cultivar la paciencia, a comprender que la espera, a veces, es el preludio de la satisfacción, del logro, del crecimiento personal.
Fuente: El Heraldo de México