La sombra del plástico se extiende sobre nuestro planeta, un manto oscuro tejido con la comodidad efímera y la indiferencia persistente. El Día Mundial del Medio Ambiente, un grito de auxilio en medio de la asfixia, nos recuerda la urgencia de actuar, de romper las cadenas de este material que, paradójicamente, nació para facilitarnos la vida y hoy amenaza con arrebatárnosla. Imaginen un mundo donde la cima del Everest, símbolo de pureza y grandeza, esté salpicada de microplásticos, invisibles pero presentes, como una enfermedad silenciosa que corroe la majestuosidad de la naturaleza. Imaginen las profundidades oceánicas, ese universo misterioso y aún inexplorado, convertido en un cementerio de envases, bolsas y fragmentos de un material que se niega a desaparecer. La imagen, desoladora, es nuestra realidad.

Más de 400 millones de toneladas de plástico al año, una cifra que aturde y abruma, testimonian la magnitud del problema. La mitad de esta producción, destinada a un solo uso, refleja la cultura del descarte, la inmediatez que nos ciega ante las consecuencias a largo plazo. Cada botella que desechamos, cada popote que utilizamos por unos minutos, se suma a la montaña de residuos que ahoga nuestros ecosistemas. Las tortugas marinas, confundiendo bolsas con medusas, las ingieren y mueren. Las aves, con sus estómagos llenos de tapitas de plástico, no pueden alimentarse y perecen. El círculo vicioso se completa cuando estos microplásticos, producto de la desintegración lenta e implacable del material, se infiltran en la cadena alimentaria, llegando incluso a la leche materna, un recordatorio brutal de que la contaminación no conoce fronteras, ni siquiera las del propio cuerpo humano.

México, un país de una riqueza natural invaluable, no escapa a esta tragedia global. Millones de toneladas de plástico se generan anualmente, una cifra que contrasta con la escasa capacidad de reciclaje. Si bien existen iniciativas loables en ciudades como la CDMX y Guadalajara, la falta de una fiscalización efectiva y la carencia de alternativas accesibles limitan su impacto. En las comunidades rurales y costeras, la situación es aún más crítica. La ausencia de infraestructura adecuada para la gestión de residuos convierte la quema de plásticos al aire libre en una práctica común, liberando toxinas al aire y perpetuando un ciclo de contaminación que afecta la salud de las personas y el equilibrio del medio ambiente.

La conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente no puede ser un mero acto simbólico, una fecha que se recuerda y se olvida. Debe ser un catalizador para la acción, un llamado a la conciencia individual y colectiva. Cada uno de nosotros, desde nuestras decisiones cotidianas, podemos marcar la diferencia. Rechazar los plásticos de un solo uso, optar por alternativas reutilizables, separar nuestros residuos y exigir a las autoridades políticas y empresariales políticas públicas que promuevan la economía circular son pasos esenciales en esta lucha por la supervivencia del planeta. No se trata de una batalla ajena, es una lucha por nuestro futuro, por el futuro de las generaciones que vendrán. El tiempo se agota, el planeta nos exige un cambio de rumbo. No hay un planeta B, esta es nuestra única casa y debemos protegerla.