
8 de junio de 2025 a las 17:45
Un Papa por la unidad global
Un mes apenas ha transcurrido desde que el humo blanco anunciara al mundo la llegada de un nuevo pastor, el Papa León XIV. Y en esta ocasión, en la solemnidad de Pentecostés, la Plaza de San Pedro se ha vestido de gala para recibir la palabra vigorizante del nuevo pontífice. Ochenta mil almas, palpitantes de fe y esperanza, se congregaron bajo el cielo romano para escuchar el mensaje de un Papa que, en sus primeras apariciones, ha demostrado una cercanía y una fuerza espiritual que han conmovido a propios y extraños.
La homilía, centrada en la venida del Espíritu Santo, ha resonado con fuerza en cada rincón de la plaza. León XIV, con una voz clara y llena de convicción, ha recordado el estado de los apóstoles tras la muerte de Jesús: el miedo, la tristeza, la incertidumbre. Un grupo de hombres abatidos, encerrados en sí mismos, paralizados por el dolor. Y es precisamente en ese contexto de desolación donde irrumpe la fuerza transformadora del Espíritu Santo. No como una solución mágica que borra el sufrimiento, sino como una luz que ilumina el camino, una fuerza que impulsa a la acción, un consuelo que sana las heridas.
"Interpretar lo sucedido", ha recalcado el Papa, es la clave para comprender la obra del Espíritu. No se trata de olvidar el dolor, sino de entenderlo a la luz de la Resurrección. El Espíritu Santo, en su infinita sabiduría, guía a los apóstoles, les revela el verdadero significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y les concede una "íntima experiencia de la presencia del Resucitado". Es una experiencia personal, profunda, que transforma desde dentro y que impulsa a compartir el mensaje de amor y esperanza con el mundo.
Con una elocuencia que ha cautivado a la multitud, León XIV ha descrito la acción liberadora del Espíritu Santo: "Vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios". Unas palabras que resonaron con fuerza en el corazón de los presentes, recordándoles que el Espíritu Santo no es una fuerza abstracta, sino una presencia viva y actuante en la vida de cada creyente.
Y en un mundo fragmentado por las divisiones, por los muros que separan a los pueblos, el Papa ha lanzado un mensaje claro y contundente: "La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas". Una exhortación a la unidad, a la fraternidad, a la superación de las diferencias que nos separan, un llamado a construir un mundo más justo y solidario.
León XIV ha definido al Espíritu Santo como “un don que abre nuestra vida al amor”. Un amor que disuelve las durezas del corazón, las cerrazones mentales, los egoísmos que nos encierran en nosotros mismos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos impiden ver más allá de nuestro propio reflejo. Un amor que nos impulsa a salir al encuentro del otro, a reconocer en él a un hermano, a construir puentes de diálogo y entendimiento.
Finalmente, con la emotividad que lo caracteriza, el Papa ha concluido su homilía con una invocación al Espíritu Santo: "Invoquemos el Espíritu de amor y de paz, para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo". Una oración que se elevó desde la Plaza de San Pedro, cargada de esperanza, un grito de unidad que resonó en el corazón de todos los presentes y que, sin duda, resonará en el mundo entero. Un mensaje de amor y esperanza que marca el inicio de un pontificado que promete ser un tiempo de renovación y de apertura para la Iglesia.
Fuente: El Heraldo de México