La sombra de la guerra se cierne pesada sobre Ucrania y la Franja de Gaza, dos escenarios de un conflicto que desgarra la humanidad y nos confronta con la crudeza de la violencia. No podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de millones de personas, atrapadas en la espiral de la destrucción y la desesperanza. En Ucrania, el eco de las bombas resuena desde hace más de tres años, dejando un paisaje desolado de vidas truncadas y hogares reducidos a escombros. Más de un millón cuatrocientas mil personas, entre combatientes y civiles, han pagado el precio de esta guerra absurda. Niños, jóvenes, mujeres, ancianos… ningún sector de la población se ha librado del horror. La infraestructura del país, vital para el desarrollo y el bienestar, se encuentra devastada, y la economía, ya de por sí frágil, se tambalea al borde del colapso.

La dependencia de la ayuda internacional se agudiza día a día, mientras la población ucraniana lucha con valentía por su supervivencia, con la participación de miles de voluntarios que se han unido a la defensa de su patria. El futuro se presenta incierto, con pocas señales de una pronta resolución al conflicto.

Mientras tanto, en Medio Oriente, la Franja de Gaza se ha convertido en un símbolo de la tragedia humana. A casi 600 días del inicio de la ofensiva israelí, la cifra de muertos supera los 50,000, en su mayoría palestinos, y entre ellos, una abrumadora cantidad de civiles, incluyendo cerca de 17,000 niños. Estas cifras escalofriantes nos interpelan como sociedad, nos obligan a cuestionar la legitimidad de un conflicto que ha cobrado la vida de tantos inocentes.

Organizaciones internacionales han denunciado las violaciones al derecho internacional humanitario, calificando algunas acciones militares como crímenes de guerra y de lesa humanidad. El uso de armas prohibidas contra la población civil, el corte del suministro de alimentos y servicios básicos… son prácticas inhumanas que agravan aún más la situación de los sobrevivientes, condenados a la hambruna y la desesperación. Más de dos millones de gazatíes han sido desplazados de sus hogares, sin un lugar seguro a donde ir, vagando en busca de refugio en medio del caos.

La indignación y la repulsa ante la violencia desmedida se han extendido por todo el mundo. Dentro de Rusia e Israel, voces disidentes se alzan para condenar las acciones de sus propios gobiernos. Ciudadanos que exigen el cese de las hostilidades, que reclaman una solución diplomática que ponga fin al derramamiento de sangre y restaure la paz y la dignidad de las víctimas. En Israel, un amplio sector de la población cuestiona el ensañamiento bélico contra la población civil de Gaza, víctima indefensa de un conflicto que parece no tener fin. La estrategia de bloqueo y el impedimento del suministro de alimentos, que pone en riesgo de inanición a miles de personas, ha generado una ola de protestas y reclamos. En Rusia, jóvenes y ciudadanos se manifiestan en contra de la barbarie militar en Ucrania, denunciando una guerra que consideran injustificada y alevosa.

El clamor por la paz resuena en todos los rincones del planeta. La comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos para encontrar una solución diplomática justa y duradera, que permita la reconstrucción de Ucrania y la Franja de Gaza, y que garantice la seguridad y el bienestar de sus habitantes. No podemos permitir que la violencia y la destrucción sigan sembrando el terror y la desesperanza. Es hora de apostar por el diálogo, la reconciliación y la construcción de un futuro en paz para todos.