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8 de junio de 2025 a las 09:25

Descubre el Alan que llevas dentro

Junio marca un hito que no pudo ser: los 108 años del nacimiento de Alan en el mágico oasis de Mulegé. Un alma trashumante, la suya, que recorrió desde los imponentes Alpes hasta los majestuosos Apalaches, bebiendo de la savia cultural de cada rincón que pisaba. Su pasión, el arte de la palabra. Se apropiaba de poemas poco conocidos, joyas literarias que hacía suyas, y las combinaba con una presencia escénica impecable y una voz cincelada en tonos graves, capaz de enfatizar cada palabra, cada sílaba, cada suspiro del verso. Recuerdo vívidamente cómo su voz resonaba en la sala, recitando: “Dame más vino muchacho / Y cántame una canción, / A ver si esta noche logras / aturdirme el corazón”. Esas guturales notas que emanaban del fuelle sonoro de su pulmón, aún resuenan en mi memoria.

Tuve el privilegio de ser su alumno en la Normal Nocturna de Mexicali, donde un puñado de nosotros, ávidos de conocimiento, asistíamos a sus clases magistrales de declamación y apreciación literaria. Trabajábamos durante el día y estudiábamos por la tarde-noche, con la esperanza de convertirnos en maestros. Alan, con su sabiduría y paciencia, nos guiaba en ese camino. “Maestros en ciernes son ustedes”, nos decía con firmeza y cariño, “saturen su emoción con la palabra viva para que un día conduzcan a sus alumnos en este arte que, de todos los seres vivientes, sólo tenemos los humanos: la palabra”. Nos instaba a “comunicar sentimientos a través de la voz” y a “llevar a nuestros alumnos la sana inquietud por ganar una sonrisa, destapar un recuerdo, encender unos ojos somnolientos o atraer la ilusión perdida”.

De entre todos los poemas que Alan interpretaba, dos permanecen grabados en mi memoria. El primero, un homenaje a Tijuana, la ciudad fronteriza que balbuceaba en una lengua que el visitante no comprendía, pero que lo subyugaba con su vibrante emotividad. En aquellos años, Tijuana era el destino predilecto de los marines, de los matrimonios exprés, de las famosas ensaladas César y de la glamorosa Avenida Revolución. El segundo poema, del maestro Luis Pavía, relataba la historia de la cigüeña trece, la que, sin grandes méritos, causaba grandes sobresaltos con sus visitas a las jóvenes solteras. La forma en que Alan declamaba estos versos, con humor y picardía, era simplemente magistral.

Alan Gorosave Osuna, un sudcaliforniano del mundo. Un hombre que viajó, aprendió y vivió a plenitud, absorbiendo la riqueza cultural de Occidente. Cuando el reloj de la vida le marcó el alto, tuvo la sabiduría de retirarse de los escenarios y pasar sus últimos meses en su amado Mulegé, donde la tierra que lo vio nacer lo cobijó a la temprana edad de 59 años. Su partida dejó un vacío en el mundo de las letras y las artes escénicas, pero su legado perdura en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y aprender de él. Un hombre que supo dar vida a la palabra, y que a través de ella, nos enseñó a vivir.

Fuente: El Heraldo de México