
7 de junio de 2025 a las 09:20
Supera la crisis: Guía práctica
La palabra "crisis" resuena en cada rincón del discurso público, un eco incesante que se filtra en los titulares, los análisis políticos y las conversaciones cotidianas. Desde la acumulación de desechos en nuestras calles hasta la inestabilidad económica que amenaza el futuro, pasando por el drama humano de la migración y la sombra ominosa del cambio climático, todo parece estar teñido por la misma tonalidad gris de la crisis. Pero, ¿qué significa realmente esta palabra que se ha convertido en el prisma a través del cual interpretamos la realidad?
Reinhart Koselleck, el historiador que desentrañó la genealogía del concepto, nos advierte sobre su inflación semántica. "Crisis", nos recuerda, no siempre fue sinónimo de cataclismo inminente. En sus orígenes, el término poseía una precisión quirúrgica, delimitando el instante decisivo en el curso de una enfermedad o el punto de inflexión en un conflicto político. Era un momento de corte, de juicio, de definición. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, la palabra comenzó a expandirse, colonizando nuevos territorios semánticos hasta abarcar la totalidad de la experiencia humana. La crisis se convirtió en la textura misma del tiempo, una constante oscilación entre ruptura y continuidad.
Hoy, en pleno siglo XXI, la inflación diagnosticada por Koselleck ha alcanzado proporciones epidémicas. La "crisis" se ha convertido en un comodín, un recurso retórico que simplifica la complejidad del mundo y nos exime de la responsabilidad de buscar explicaciones más profundas. Los analistas, obligados a interpretar la realidad a través de este prisma distorsionado, perpetúan un ciclo de alarma constante que, paradójicamente, nos insensibiliza ante la verdadera urgencia de los problemas. La crisis permanente se convierte en ruido de fondo, una alarma que suena sin cesar hasta que dejamos de prestarle atención.
La consecuencia de esta banalización del concepto es la normalización de la anormalidad. La "crisis ambiental" se reduce a imágenes de vertederos desbordados, la "crisis económica" a frías estadísticas, la "crisis migratoria" a un paisaje desolador en las fronteras. Nos hemos acostumbrado a vivir en un estado de emergencia perpetua, anestesiados ante el dolor y la injusticia que nos rodean. La palabra "crisis", despojada de su poder evocador, se convierte en un eufemismo que oculta la gravedad de la situación.
Es imperativo, por lo tanto, rescatar el significado original de la palabra, devolverle su filo, su capacidad de interpelarnos y movilizarnos. Debemos aprender a discernir entre las crisis reales, aquellas que exigen una respuesta inmediata y contundente, y las pseudo-crisis, producto de la manipulación mediática y la retórica política. Solo así podremos recuperar la capacidad de actuar, de transformar la realidad y construir un futuro más justo y sostenible. No se trata de negar la existencia de problemas, sino de abordarlos con la precisión y la determinación que merecen, sin dejarnos paralizar por el ruido ensordecedor de la "crisis" permanente. El futuro depende de nuestra capacidad de escuchar, comprender y actuar, más allá de las etiquetas y los eslóganes que intentan simplificar la complejidad del mundo.
Fuente: El Heraldo de México